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La colmena

Magdalena Trillo

mtrillo@grupojoly.com

¿Se acabó el tapeo?

Estoy dispuesta a no compartir mi ensaladilla, pero a convertir los restaurantes en UCI urbanas con mamparas...

Confieso ante lo más sagrado que hace un año no escribiría esto: Hoy vendería mi alma por irme de tapas y tomarme ¡hasta una Cruzcampo! En plural, por supuesto, chupeteando el tenedor de la ensaladilla del Cunini (sin saber siquiera si es el mío o el del vecino), dando codazos en Los Tintos para zamparme unos callos bien apretaos y hasta haciendo cola en La Tana para perderme haciendo catas. ¿Que un blanco de barrica no marida con las chacinas?¿Que los vinos de Toro son duros? ¿Que en Granada seguimos siendo unos aprendices? ¡Oda a la garnacha!

Lo bueno de la movilidad laboral es que se te quitan los complejos. Y las tonterías. Y los prejuicios. Hoy, antes incluso del momento coronavirus, hubiera pedido una tapa de ensaladilla para mí sola (¿qué es esa guarrada de compartir?) y hasta hubiera explorado un maridaje completo de vinos de Jerez empinando el codo en una esquinita del Cateca, empezando con unos chicharrones bañados en fino en rama y terminando con una copita de NPU que hiciera compañía al payoyo azul.

También el costumbrismo forma parte de nuestras vidas. La historia de la Humanidad está escrita de grandezas y momentos trascendentales pero también de pequeñeces de este tipo. De cosas triviales e insignificantes. De olores y sabores. De estampas que suenan a bulla. De tugurios oscuros con jamones goteantes. De esquinas con telarañas juguetonas. De paredes con humedades que serpentean dibujos prehistóricos con ecos de caverna.

Media hora para desayunar y 90 minutos para almorzar. Y aún no sabemos si enclaustrados en habitáculos con gélidas mamparas (límpidas y desinfectadas) que conviertan nuestros restaurantes en UCI urbanas. Pienso en mis paradas favoritas de tapeo en Granada y Sevilla (extiendan esta imagen a cualquier pueblo o ciudad andaluza) y no consigo imaginarme ninguna de ellas cumpliendo los requisitos del nuevo orden mundial que está fijando el Covid-19. No logro saber cómo van a sobrevivir los establecimientos de hostelería que no tienen terrazas ni amplias zonas de mesas.

¿Es la muerte de las tascas y las tabernas lo que estamos escribiendo? El interrogante es para quienes deciden las normas, para quienes debemos cumplirlas y, sobre todo, para ellos. ¿Será rentable abrir en el nuevo escenario de restricciones que incluye el plan de desconfinamiento del Gobierno? No se trata sólo de adaptarse, reinventarse y resistir. Hay fotografías, olores y sabores que no volverán.

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