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LA buena noticia de este final del verano es que no se han producido las malas noticias que todo el mundo auguraba. El año pasado, a finales de agosto, el rescate financiero a España parecía inminente, ya que nuestra situación económica se había hecho tan insostenible como la de Portugal o incluso la de Grecia. Varias personas, por lo general muy bien informadas, me lo aseguraron de forma drástica: "En septiembre hay rescate. No hay vuelta de hoja". O sea, que la temida presencia de los "hombres de negro", con sus maletines y sus trajes de funeral y sus tijeras de podar presupuestos públicos, parecía cosa de días. Y todos teníamos motivos más que suficientes para echarnos a temblar.

Pues bien, ha pasado un año y no ha sido así. Y por supuesto que todos hemos tenido motivos para temblar, pero sin duda habríamos tenido que temblar mucho más si se nos hubiera impuesto un rescate financiero como el que han sufrido Grecia o Portugal. El pequeño margen de maniobra con que el gobierno de la Junta ha intentado frenar los recortes, por ejemplo, habría sido imposible con un rescate en toda regla por parte de la Comisión Europea. Y los despidos masivos de empleados públicos, así como los recortes brutales en Sanidad o en Educación, habrían sido mucho más feroces y mucho más indiscriminados. No olvidemos que la compasión no suele figurar entre las cualidades de los ejecutivos financieros que dictan las políticas económicas. Y hasta Leatherface, el gordo de la motosierra de La matanza de Texas, podría parecer un filántropo a su lado.

Esto no quiere decir que las cosas vayan bien, pero al menos significa que no se ha cumplido aquel viejo axioma que nos asegura que todo lo que va mal acabará yendo mucho peor. En nuestro caso, eso no se ha cumplido. Y es justo reconocer que fue Mariano Rajoy -nuestro hombre sin atributos- quien se empeñó en hacer todo lo posible para evitar el rescate financiero. No soy fan de Rajoy, ni me parece el presidente mejor capacitado para sacar adelante a un país en crisis, pero es justo reconocer que en su día acertó por completo. Y ya que vivimos en un país en el que nadie suele reconocer los aciertos de nadie, sería bueno que empezásemos a valorar las decisiones acertadas, sobre todo si las ha tomado alguien que no nos cae bien ni sintoniza con nosotros. Y por cierto, valorar los aciertos de los que no piensan como nosotros es uno de los requisitos ineludibles para salir de esta crisis. Y ojalá haya más motivos para hacerlo en estos próximos meses.

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