Era la cara más amable del periodismo deportivo y eso que en cada córner puso en juego su vida y la del que lo vigilaba. A Michael Robinson lo conocí un mediodía de vísperas de partido por la plaza del Castillo y acababa de arribar a aquel Osasuna que entrenaba Pedro Mari Zabalza y presidía Fermín Ezcurra. Cuando entonces, Robin no hablaba una palabra de español, pero irradiaba una simpatía desbordante que no admitía enemigos.

Aunque llegaba para quemar el tramo final de su carrera, inmediatamente se hizo del fervor de la grada de El Sadar, mayormente de esos Indar Gorri que suelen convertir en avispero un simple campo de fútbol. Como del rayo empatizó con Pamplona en general y con la zona de Iturrama en particular. Un día le dije que cómo hacía para hablar castellano cada vez peor y él contestaba a eso que pasaba largas temporadas en Inglaterra para no estropear su inglés.

Era un gran tipo que se había enamorado de España y que tenía un cariño especial por Cádiz. Se hizo hincha del Cádiz y en la Tacita compartimos algún Carranza que otro, tanto como comentarista de Canal Plus como de consejero y asesor técnico del Cádiz. Listo como el hambre no desaprovechó la oportunidad que le dio Alfredo Relaño para que formase con Carlos Martínez un tándem que ha perdurado treinta años desde que colgó las botas hasta el final.

Y el final fue precisamente en su Anfield del alma con una derrota que le llegaría muy dentro. No ha sido víctima de la pandemia, sino del cáncer y para siempre quedará en el recuerdo un personaje entrañable que no se llevaba mal con nadie. Un raro espécimen que se emocionaba con el nunca caminarás solo que se corea en su querido santuario de los reds. Descanse en paz un gran tipo que iba esparciendo bonhomía y que le dio al periodismo un talante infrecuente.