Además del más difícil todavía que supone haber superado la fantástica cota de los 45.000 socios, el 13 de julio de 2018 engrosará los anales por haber sido el día que abandonó el club uno de los futbolistas más determinantes en la historia del Betis, por siempre y para siempre Real Betis Balompié. Se ha ido para siempre un futbolista que ha significado tanto que quién sabe qué hubiese sido del Betis en el proceloso postloperismo sin él.

En el adiós a Rubén Castro se le queda a uno ánimo de lunes si no fuese por la espléndida realidad que supone ver al Betis de la hora. Pero sería de desagradecidos, y el club no se está mostrando desagradecido con el canario, no resaltar lo que han significado sus goles para un tiempo en que el club no había salido de un temporal cuando otro más fuerte le acuciaba. Goles son amores y la cifra alcanzada por Castro no ha habido otro bético que la haya logrado desde 1907 a la fecha.

Llegó el 2 de agosto de 2010, en plena vorágine del traspaso de poderes que Lopera le cedió a Luis Oliver, un oscuro personaje que si algo hizo digno de agradecimiento fue que trajese bajo el brazo a este canario menudo, taciturno y avispado como muy pocos cuando olisqueaba las redes rivales. Eso hay que reconocérselo al aventurero navarro y hasta sólo por eso bien está el dinero que, nada por aquí, nada por allá, trile puro, le sacó al club verde, blanco y verde.

Con Jorge Molina formó una dupla de pura gloria para el Betis. Los goles de ambos fueron el flotador que hacía milagrosa la supervivencia de un club mil veces alanceado y nunca muerto. Molina se fue hace dos años y por ahí empezó Castro a sentir cierta orfandad y a ver que, como en todo, el final siempre llega. La infamia de una denuncia quedó en lo que era, en nada, como su aventura china, ahora se reencuentra con su tierra y el 13 de julio de 2018 se convierte en efeméride.