TIEMPO El tiempo en Sevilla pega un giro radical y vuelve a traer lluvias

Desde mi córner

Luis Carlos Peris

lcperis@diariodesevilla.es

En el adiós a un gregario imprescindible

A Paco Aparicio, que vino a suplir a Colo en el Betis, se le paró el corazón junto a la Bahía

Llegó y cayó de pie, o, como suele decirse, besó el santo. Vino como de puntillas procedente del Cádiz y tras haberse formado en el Plus Ultra, club nodriza del Real Madrid hasta que se convirtió en el Castilla. Era verano del 64 y el Betis había hecho una de las mejores campañas de su historia bajo la batuta de Domingo Balmanya, pero el dinero manda y Villamarín había tenido que hacer caja vendiendo a tres pilares como Colo, Martínez y Luis.

Pero la vida seguía y había que remendar los descosidos, por lo que el remiendo del tinerfeño Colo se hizo con el lateral derecho del Cádiz, el madrileño Paco Aparicio. Un futbolista sobrio que rara vez perdía la posición y que tenía la virtud de dársela siempre a un amigo. Había triunfado en el Cádiz en Segunda y daba el salto a Primera para tener su primera satisfacción verdiblanca precisamente en la Tacita contribuyendo a darle al Betis el primer Carranza de su historia.

Era el Betis de Pepín, Ansola, Ríos, Bosch, Pallarés y de Rogelio, un genio que rompería moldes precisamente en ese memorable Carranza del 64. Y en aquel equipo, el hombre que había venido a restañar la ausencia de Colo se adueñó del flanco derecho de la zaga bética hasta que un malhadado día de 1968 se quebró su estrella mediante una fractura doble de tibia y peroné. Y fue en un partido de entrenamiento por la colisión con Llanos, el extremo zurdo del Triana.

En adelante, nada fue como hasta entonces. Lejos aquel Carranza, la gesta de apear en cuartos de Copa al Madrid ye-yé que venía de ganar su sexta Copa de Europa, el ascenso en Los Cármenes con Antonio Barrios, cierto triunfo en Nervión sobre el Sevilla precisamente de Barrios, y se volvió a Cádiz para defender la casaca amarilla. Antier, como a su amigo Rogelio no hace nada, se le paró el corazón junto a la Bahía a Paco Aparicio, uno de esos gregarios imprescindibles.

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