La aldaba
Carlos Navarro Antolín
El teleférico, el talismán perdido
Apertura de curso esta noche en Heliópolis y parece que es como a la antigua usanza. Cuando entonces, el partido de presentación era un acontecimiento que te permitía sacudirte el insufrible síndrome de abstinencia. Ese molesto mono por la ausencia del fútbol que verdaderamente interesa se aprovechaba en muchas ocasiones como premio al futbolista de una sola camiseta que había decidido colgar las botas.
Era un premio que se maquillaba con el concepto de partido homenaje y eso era posible por la ligazón que un futbolista podía mantener con su club de toda la vida. Estaba en consonancia con el derecho de retención, pues esta atadura obligatoria era lo que a lo largo de los tiempos se calificaba como fidelidad. Fidelidad a la fuerza con esa compensación que a veces ocurría y que solía estar precedida por una cláusula que obligaba al club y firmada en la última renovación.
Las décadas setenta y ochenta fueron ricas en homenajes y ahí se nos viene a la memoria cómo Julio Cardeñosa debutaba en el homenaje a Rogelio, cómo Pablo Blanco o Curro Sanjosé recibían ese mismo homenaje que recibió Enrique Lora en un amistoso con el Cádiz. O aquel entrañable homenaje a Esnaola en partido agosteño con la Real Sociedad y que acabó con José Ramón jugando de delantero frente al portal que defendía Luis Miguel Arconada.
También Biosca y Cardeñosa fueron homenajeados, como en los sesenta eran Eusebio Ríos y Quico Grau los premiados. Por cierto, el de Ríos consistió en un choque con un equipo muy de moda por sus métodos, que no eran muy ortodoxos. Y en aquel amistoso venía con Estudiantes Carlos Bilardo, con el que años después recordaríamos algún dato de aquello. Lo cierto es que sin derecho de retención llegó un nomadeo que dejó sin sentido el partido homenaje.
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