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Editorial

La alarma creada por los controladores

EL Gobierno consiguió ayer el apoyo de la inmensa mayoría de los diputados a la posición de firmeza que mantuvo la semana pasada frente a la huelga salvaje de los controladores aéreos. El presidente Zapatero argumentó que la adopción de una medida tan excepcional como la declaración del estado de alarma, por vez primera en la democracia española, estuvo obligada ante el desafío a la ley y al Estado que supuso el abandono planeado de su trabajo, alegando enfermedades simuladas, por parte de los controladores, lo que produjo el caos en el transporte aéreo del país, con graves perjuicios a cientos de miles de viajeros frustrados, y una situación nacional realmente alarmante y catastrófica. Los portavoces de los grupos parlamentarios, casi sin excepción, entendieron las razones del Gobierno frente a un colectivo acostumbrado a autoorganizar sus condiciones laborales por la dejación intolerable de sucesivos ministros de Fomento. Al propio tiempo, los portavoces, una vez establecida la responsabilidad exclusiva de los encargados del control aéreo, criticaron, razonablemente, la gestión que el Gobierno ha hecho en los últimos meses del conflicto persistente en el sector. Una vez que el actual ministro, José Blanco, se decidió en febrero, por decreto convalidado en el Congreso, a atacar los privilegios de los controladores, ha dejado transcurrir diez meses sin acometer la solución a la decisiva cuestión de la jornada laboral ni preparar nuevas hornadas de controladores civiles o militares susceptibles de homologación, fiando la salida a una improbable negociación con los representantes sindicales de esta casta de especialistas. Sólo ante la evidencia de que los controladores empezaban a aplicar por su cuenta la duración de su jornada anual y amenazaban con dejar el tráfico aéreo sin cobertura el Gobierno reaccionó, aprobando el decreto precisamente el viernes 3 de diciembre, en vísperas de la acumulación de vuelos propia de estas fechas. El Ejecutivo ha pecado de imprevisión, por más que la culpa de la emergencia vivida en los aeropuertos la semana pasada es enteramente de quienes decidieron caprichosamente generarla.

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