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La ciudad y los días

Carlos Colón

El altar del Calvario

EL altar de quinario del Calvario se alza en la parroquia de la Magdalena como un salmo, como una cantata, como un oratorio, como ese soneto -"No me mueve, mi Dios, para quererte el cielo que me tienes prometido..."- que cada año recita, con tanta emoción, Antonio Garnica durante el Via Crucis de traslado del Calvario al altar que ahora corona. El altar de quinario del Calvario se alza en la parroquia de la Magdalena como una oración cuyas palabras se hubieran materializado en esta efímera arquitectura, estos candeleros, este piramidal bosque de blandones, este rojo sangre de los claveles brotando de las jarras de plata... Oración sevillana que, como escribió Manuel Chaves Nogales, unos labios comienzan, otros continúan y ningunos cierran.

Muchas manos, como si fueran labios, han ido alzando, como si fuera una ininterrumpida oración, este altar de quinario a través del tiempo. José Luis González Campos, Joaquín Alba Fernández, Joaquín Alba Falcón, Joaquín Rodríguez Graels, Antonio de la Oliva, Rafael Alba Mauri, Manuel Cruz… Unos aún entre nosotros, otros ya y para siempre con su Cristo del Calvario, todos vivientes porque el nuestro es un Dios de vivos y no de muertos, han ido dando forma a esta espléndida invención que a través de lo más efímero -la flor que se agosta, el pabilo que se consume, la cera derramada, la arquitectura que cada año se monta y se desmonta- glorifica al Eterno que le da sentido y la corona.

Son trabajos de amor. Y no perdidos, como los de la comedia de Shakespeare, sino ganados. Ganados al tiempo. Ganados al olvido. Ganados para ese camino que, a través de la belleza, conduce a Dios. A quien crea que exagero le ofrezco estas palabras de la severa Simone Weil: "La inclinación natural del alma a amar la belleza es el ardid más frecuente que Dios usa para abrirla al soplo de lo alto… La belleza del mundo es la sonrisa de ternura de Cristo para nosotros a través de la materia… El amor a esta belleza procede de Dios descendido a nuestra alma y va hacia Dios presente en el universo. Es como un sacramento". Y si alguien cree a Weil poco fiable por poco ortodoxa, pido que comparezca ante el altar de quinario de mi Cristo del Calvario el mismísimo Papa de Roma para que repita lo que dijo en la catedral de Bressanone: "Esta bella catedral es un anuncio viviente, nos habla. Partiendo de la belleza de la catedral llegamos a anunciar visiblemente a Dios, a Cristo y a todos sus misterios: han tomado forma aquí y nos miran. Todas las grandes obras de arte son un signo luminoso de Dios y por lo tanto una manifestación, una epifanía de Dios".

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