mercedes de pablos

Periodista

El altillo

¿En qué altillo o maleta olvidada habitarán algunos asuntos políticos y/o periodísticos?

Cada verano, en aquellas casas de altillos largos como túneles sacábamos las maletas para el veraneo y ¡milagro¡ dentro de ella aparecían los apeos del verano, toallas de playa, camisetas y, de rondón, alguna manta que el invierno olvidó, calcetines de lana, ese jersey que ni te pones ni te pondrás. Era una ceremonia prevista e invariablemente tardía, porque ya se había hecho el cambio de ropa y sin embargo nadie había recordado el interior de esas maletas grandes de un solo uso al año.

No se hacen casas con altillos ahora sino con trasteros (o se alquilan), los arcones cama han sustituido al método de guardar ropa de temporada en los altillos o la parte más alta del armario y sobre todo nadie usa ya esas maletas, la mayoría sin ruedas, que en ningún vuelo te admitirían y que no caben en el maletero del coche con los ordenadores, la consola, las sombrillas y la nevera de playa tan útil y tan gruesa. Y sin embargo seguimos olvidando, de verano a verano, cosas que creemos necesarias, objetos que viven en una permanente sala de espera sin que nadie los llame, los reclame, los despierte del sueño aunque sea sin príncipe ni beso.

¿En qué altillo o maleta olvidada habitarán algunos asuntos políticos y/o periodísticos? A poco que echemos la vista atrás de pronto recordamos cuestiones y conflictos trascendentales, urgentísimos, vitales para todos que, sin saber del todo la razón, desaparecen en los bajos o altos de parlamentos o plenos de ayuntamientos. Nadie los tira, seguro, no pasan por la trituradora de papeles como en las películas de intriga ni nadie los fulmina de un ordenador a martillazos. Simplemente se guardan, hibernan, duermen como si estuvieran muertos pero sin certificado de defunción. Con la misma pasión con la que nos convencieron de su importancia se aplazan, se arrumban como los manguitos de nadar o las chanclas del chino con corazón dorado. Puede ser que aunque útiles no se ajusten a una realidad que cambia (más ahora que nunca) como esos pantalones amarillos que guardamos por si otra vez, por qué no la talla 34, vuelven a sentarnos tan bien como los recordamos.

¿Alguien puede negar la vital urgencia del cambio de la Ley Electoral, por ejemplo? Y no olvidemos el muy fundamental cambio de modelo productivo. Hace unos pocos años ocupaban discursos y portadas. ¿Qué ha cambiado? ¿Hemos puesto más kilos? ¿Hemos adelgazado? Lo único bueno de esto tan malo es, convengamos, esa desnudez que nos enfrenta a un espejo sin accesorios que nos tapen las vergüenzas. Y descubrimos que mientras nos cubríamos habíamos olvidado aquello que era tan importante aunque las urgencias fueran otras.

Ahora, recién sacado del altillo lo vemos mirándonos rencoroso (¿cambio de? Nos recuerda socarrón). Disimulamos, lo bajamos para darle uso y él -hoy el cambio de modelo productivo, mañana la Ley electoral- como el pantalón amarillo, nos agradece el gesto. Pero sigue sin cabernos. Es su venganza.

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