BIEN está que nuestros brumosos colegas del norte, tan calvinistas y circunspectos ellos, quieran inculcarnos un poco de seriedad económica. Falta hace, sin duda. Pero de ahí a pretender trastocarnos el ritmo cabal de nuestros días, un patrimonio ancestral que nos caracteriza y engrandece, hay un trecho que no podemos ni debemos recorrer. El titular procede del semanario alemán Der Spiegel, y, en apariencia, celebra la victoria de los bárbaros: "España eliminó la siesta por la troika". El rotativo ensalza las bondades del insomnio vespertino, lo mucho que así se adelanta en dineros y productividades, y se pregunta si el Sur de Europa no habría de alemanizarse. Y un cuerno, le respondería yo, conocedor, como soy, del profundo grado de infelicidad que se respira en las "modélicas" sociedades boreales.

Es cierto que el autor de la pieza, el economista y ensayista político Max A. Höfer, ante el unánime cabreo meridional, se ha apresurado a aclarar que no se siente en absoluto triunfante, sino triste por lo que considera la pérdida de "un bien cultural" impagable. Valga, si sincera, la enmienda.

En el fondo laten, creo, tensiones tan viejas como insuperadas. El nórdico despotrica de lo que no tiene y, colocado coyunturalmente en una situación de predominio, persigue igualarnos a la baja, exportar sus oscuridades y carencias, en una renovada versión de la fábula de la zorra y las uvas.

La idea de Europa nació para evitar funestos actos de soberbia. Se materialicen éstos en tanques que devoran horizontes ajenos o en sibilinos delirios uniformadores, tienen que quedar extramuros de un continente plural, solidario y mutuamente enriquecido. Nosotros -millones de espaldas desheladas así lo atestiguan- estamos cumpliendo el encargo. Ellos, los hijos del frío y del orden, no: hipócritamente afean aquello por lo que en realidad suspiran. Newton, Churchill, Baudelaire, Víctor Hugo, René Louis, todos genios descubridores de las bondades de la siesta, terminaron por no enseñarles nada. Que les den. Por aburridos y atormentados, por dilapidadores bobos de una existencia que no conseguirán endulzar jamás con ganancias y lujos. Aquí, como razonara F. Audouard, nos amanece dos veces, conseguimos el bendito milagro de duplicar los soles. Y el que no sepa que estudie, que ya cansa la cantinela de agriarnos el alma con supuestos paraísos de los que sus propios adanes, a la que pueden, huyen despavoridos.

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