En tránsito

eduardo / jordá

C amarada secretario

LOS que vivimos los años de la Transición recordamos las comparecencias televisivas de Adolfo Suárez en los momentos de mayor tensión política de aquel periodo, que fueron muchos y siempre estuvieron cargados de miedo y de nerviosismo. Fuera cual fuera el motivo, Suárez aparecía siempre solo en su despacho, sin más elementos decorativos que la bandera nacional y una foto del Rey, y quizá una estantería llena de libros a su espalda. El día en que anunció su dimisión, el decorado era tan minimalista que sólo incluía unas cortinas de un triste tono amarillento. Pero lo más importante de todo es que Suárez siempre se dirigía a la cámara y hablaba sin miedo a todos los ciudadanos. Puede que Suárez tuviera defectos políticos, sin duda, pero nunca quiso ocultarse ni escurrir el bulto a la hora de dirigirse a la ciudadanía. Y ahora no nos cabe ninguna duda de que fue el político más valiente de la democracia.

Y esta falta de valentía es lo que más llama la atención en la última comparecencia televisiva de Mariano Rajoy, el sábado pasado, justo cuando todos estábamos viviendo un momento político de una gravedad comparable a lo que ocurría en los primeros tiempos de la Transición. En vez de dirigirse a todo el país desde su despacho en La Moncloa, como hacía Adolfo Suárez, Rajoy sólo fue capaz de dirigirse al comité ejecutivo de su propio partido y en la misma sede de su partido, como si fuera el secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética en vez del presidente de un gobierno democrático que tiene que dirigirse a una nación preocupada e indignada y nerviosa. Y lo peor de todo es que Rajoy demostró que no era capaz de decir ni dos palabras sin verse respaldado por sus compinches y subordinados. En estos últimos años hemos vivido muchos momentos vergonzosos, pero pocos han sido tan bochornosos como el que vimos el sábado pasado y protagonizó Mariano Rajoy.

¿Es que ya no queda ni un solo rastro de vida inteligente en los partidos políticos y en sus jerarquías? ¿Es que los dirigentes ya no saben distinguir lo que es público, y por tanto de todos los ciudadanos, de lo que sólo representa a los políticos, y por tanto no tiene ningún prestigio ni ninguna validez para la mayoría de nosotros? ¿Es que nadie es capaz de actuar con un mínimo de valentía en estos momentos? ¿Qué ha sido de la decencia personal? ¿Y qué ha sido del mínimo arrojo que se le supone a todo político? ¿Y qué ha sido, incluso, del sentido común? Da miedo pensarlo.

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