únicamente desde el vasallaje absurdo que algunos profesan a Manuel Ruiz de Lopera puede admitirse que haya un bético que abomine de la figura del mejor entrenador que tuvo el Betis en sus casi ciento diez años de vida. ¿O hay alguien que ose poner en duda la ejecutoria de Lorenzo Serra en el banquillo verde, blanco y verde? No voy a caer en la memez de detallarla, pues si se ignora por alguien que apague y se vaya.

Nos hicimos amigos aquel Día de Andalucía del 94 en que aterrizó en Heliópolis y por eso mismo me alegré de que no volviese a ese avispero en que algunos han convertido al Betis de forma manifiestamente torticera. Pero en estos últimos años nunca logré entender cómo un hombre que se fue tras una labor espectacular y que fue recibido en loor de multitud años después cuando cierta explosión de beticismo en una calurosísima noche de verano en Villa Luisa.

Bueno, pues a partir de aquella manifestación de cariño, una corriente adversa, aunque sea minoritaria y de procedencia poco recomendable, acosa la figura de Serra cada vez que aparece. Lo último ha sido en relación con su presencia en el palco del Vicente Calderón, el recinto sagrado donde el equipo que él dirigía logró la última plata con destino a Heliópolis. Afortunadamente, los actuales dirigentes no lo ningunearon como lo ningunearon cada vez que se le echó en falta.

¿Y por qué esa inquina a un hombre que llevó al Betis de Lopera de la sima a la cima? Será por hacerle el caldo gordo a Lopera, que nunca le perdonó que dijese aquello de "el Betis será lo que quiera don Manuel". Imagino que esa corriente de animadversión a una figura eximia en la historia del Real Betis Balompié está impulsada por esos partidarios que sorprendentemente le han salido a Lopera coaligados con los que se aterrorizan ante la idea de que el Betis resurja.