Un día en la vida

Manuel Barea

mbarea@diariodesevilla.es

Otro año sin el Cachorro

Su visión, el Viernes Santo, conmueve, emociona, en un momento para estar solo, a pesar de toda la gente

La mayor parte del tiempo que llevo viviendo en Sevilla ha sido muy cerca de la Basílica del Cachorro. Ahora ya no. En la zona, visitantes, turistas y guiris despistados o confundidos o simplemente hartos de dar más vueltas y deseando ir a tiro hecho sin más demora me preguntaron muchas veces por: 1) ¿Dónde está la iglesia del Cachorro? y 2) ¿Cómo se llega al Sol y Sombra?. Pero primero y en más ocasiones siempre la pregunta se refería "al Cristo". Supongo que porque antes el alimento del alma, la oración -o simplemente la contemplación silenciosa y respetuosa-, y después el de la panza, la ración: de unas ancas de rana, por ejemplo. Una cosa no quita la otra.

Lo del Cachorro no es devoción (¿o puede que sí?). Es admiración. Y, sí, claro, también es barrio. Y es la atracción de un crucificado. Uno siente algo muy especial y único con su visión y nota que no le ocurre nada parecido con ninguna otra imagen, mucho más popular, con muchos más devotos -al parecer hasta en la otra punta del planeta- y muchos más retratos en bares y restaurantes castizos y muchos más azulejos repartidos por toda la ciudad y muchas más estampas y postales en las tiendas y quioscos de souvenirs. En una palabra, con más mercadotecnia. Existen advocaciones -y que nadie se enfade por la siguiente comparación, es sólo para que se entienda- que vienen a ser como el Real Madrid o el Barça -¿acaso no hay equipaciones en la Semana Santa, colores con los que se distinguen unas hermandades de otras? yo diría que hay hasta rivalidades, por lo que he visto y oído-. No hace falta señalar cuáles son esas hermandades con imágenes de Champions a las que veneran multitudes de fieles. Pues uno prefiere otra, también histórica: una cofradía (un equipo) de barrio. Probablemente fue porque llegué aquí de otra ciudad en la que de niño acompañé a un crucificado. Y dio la casualidad de que me instalé al lado del Cachorro. Un día entré en la basílica, me senté en un banco y me dediqué a contemplarlo. Después, si el Viernes Santo me cogía en Sevilla, esperaba su regreso para verlo entrar ya de madrugada en el templo. Sólo puedo decir que esa visión me conmueve, me emociona. Lo ha hecho siempre. Son sólo unos minutos. Pero es suficiente. Sin compañía. Es un instante para estar solo. No hace falta nadie a mi lado. A lo sumo el perro, atado a la correa. Hay gente, pero queda espacio alrededor para ver bien "al Cristo" sin esa bulla molesta.

Esto no ha sido posible siempre. El Viernes Santo suele ser un día lluvioso. Desde que estoy aquí han sido varios. Y no hay procesión. Nunca me ha hecho gracia el chistecito de "sales menos que el Cachorro". Este año también se queda en casa. El motivo es de todos conocido. Esperaré a que la iglesia pueda abrir para ir a verlo cualquier día. O al año que viene, cuando se recoja. No hay prisa.

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