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La ciudad y los días

Carlos Colón

Otro año más, otro año menos

AYER estaba la Esperanza en su palio sin que nada la contuviera, aún no recluida tras la reja de cirios por la que trepan enredaderas de flores de cera, aún no alabada por la letanía de las jarras y candeleros de plata, aún sin que los floristas de mi Encarnación pusieran a sus pies las ofrendas de la tierra, aún sin dragón ni arcángel en su proa, aún sin la Virgen del Pilar que este año cumple un siglo sobre su paso, sola sobre el alfa y omega -Anunciación y Crucifixión- de su peana, tendida la red de su manto de pescadora de almas, Ella como flor, luz y plata de sí misma.

Ayer rehuían mirarse a los ojos mi Señor del Silencio en el Desprecio de Herodes y la Amargura, puestos ya frente a frente sus pasos; y los muros de San Juan de la Palma se contraían con los dolores del parto que alumbrará el Domingo de Ramos. La noche anterior la voz de Villanueva, como si fuera la de la fe, movió la montaña de oro del paso del Despreciado -más abatido aún sin sus potencias, más trágico su misterio en el silencio de la iglesia- para que ocupara su lugar ante el presbiterio. Después el palio de la Amargura se situó frente a él, sonando el golpe de las caídas contra los varales como el seco y poderoso tictac de un reloj que contara hacia atrás el tiempo, devolviéndonos a quienes nacimos allí a nuestra infancia, reabriendo Los Lobitos y Casa Sosa, resucitando la churrería de Montaño, sabiendo a caramelos del puesto del rincón de la cuchillería, oliendo a pan de la panadería de Lobo y a especias de la semillería de Regina.

Mañana Dios se dará a Sevilla en San Lorenzo cuando el Gran Poder, traspasado de saetas, sea bajado de su camarín para disponer el besamanos que le anuncia a la ciudad que la fiesta que empieza el Domingo de Ramos es la celebración del estar de Dios con nosotros, entre nosotros, como uno de nosotros: el momento en el que Dios estuvo más cerca del hombre, poniéndose del todo en sus manos para morir de su misma muerte, y en el que el hombre estuvo más cerca de Dios, uniéndose para siempre a Él de manera definitiva. Eso que los teólogos llaman "proceso de humanización de Dios y de divinización del hombre" y Sevilla llama Gran Poder.

A esa misma hora estará ascendiendo el Señor de la Quinta Angustia a su cruz, como si los varones lo llamaran, y el de la Mortaja a los brazos de su Madre, como si la Piedad reclamara el cuerpo muerto para llorarlo. En la medianoche descenderá la Virgen del Valle suplicando que la lleven, no a su paso, sino al de la Calle de la Amargura para cogerse de la mano de su Hijo. Y todo estará dispuesto. Otro año más. Otro año menos.

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