HAY un primer consejo que todo aspirante a príncipe debiera marcarse en la piel, aunque ni Maquiavelo ni Baltasar Gracián previeran esto de los debates televisivos: no se puede ir de sobrado, hay que bajar la expectativas al suelo, mostrar humildad y disimular la vanidad. Soraya Sáenz de Santamaría iba acumulando días de gloria, lo hizo de maravilla en el programa de Calleja, dejó que los rumores la colocasen como la presidenta por accidente y hasta en el Consejo de Ministros se permitió la chulería (con perdón) de que sólo le quedaba repasar para enfrentarse en el debate contra quienes ayer desde el PP llamaron "el trío la la la".

El trío no estuvo mal, Pedro, Pablo y Albert aprenden de debate en debate, sobre todo Iglesias, el más tranquilo, aunque el desodorante no le acompañase. Ni la historia: el 4-D no es lo que Iglesias dice que fue ni Kichi ha ahorrado 10 millones de euros. Rivera tiene dos grandes problemas, uno es escénico: no sabe qué hacer con sus manos, eleva la quijada constantemente y se le va la mirada. Su segundo problema es el contrato único, no la unificación del modelo de relación entre trabajador y empresario, sino el abaratamiento implícito del despido. Ciudadanos también sangra al PSOE, y el único modo de pararlo es ubicarlo en la derecha.

El trío no estuvo mal, Soraya estuvo fuera de juego, no es que fallase, sino que faltaba Rajoy, la verdadera anomalía del debate. "¿Por qué no está aquí el señor Rajoy?", le preguntó, le inquirió, Vicente Vallés a la vicepresidenta al principio del debate. "Somos un equipo", respondió. Mal, o es un queo o Rajoy ha dejado su responsabilidad en manos de una Presidencia coral, como propone la CUP para esconder a Mas. Quedan 12 días, y tras el debate de ayer, que no ganó ni Rajoy ni la sustituta, Pedro, Pablo y Albert se han colocado en pie de igualdad. Después de estas elecciones, ningún candidato se permitirá el lujo del tacticismo o de despreciar a sus adversarios y más, si como Rajoy, tendrá que pedir su apoyo después. Esta campaña va muy en serio.