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La esquina

José Aguilar

jaguilar@grupojoly.com

El apaciguador imposible

Sánchez se ha propuesto apaciguar a quienes le llevaron a La Moncloa: hay gestos que son como poner la otra mejilla

La voluntad de Pedro Sánchez de evitar la confrontación es inquebrantable, aseguran en el entorno del presidente a cuenta del conflicto de Cataluña. Debe ser lo único inquebrantable. Todo lo demás (principios, proyecto político, pacto constitucional) parece encaminarse hacia la quiebra.

A ver, Sánchez no ha traspasado ninguna línea roja en sus relaciones/concesiones a independentistas y populistas. Todavía. Es más bien una cuestión de talante: se ha propuesto apaciguar a quienes le llevaron a La Moncloa y no escatima gestos de distensión hacia ellos. Algunos de estos gestos equivalen a poner la otra mejilla. No vaya a ser que se cabreen -¡como si su estado natural no fuera el cabreo y su filosofía el agravio!- y retiren su apoyo al Gobierno.

Así, cuando Quim Torra lidera la campaña de acoso contra el jefe del Estado, alienta a los agitadores y provoca al propio Rey, Pedro Sánchez mira para otro lado; cuando el mentado president de la Generalitat monta un circo bochornoso en Washington -porque el embajador de España le replica que aquí no hay presos políticos- y se comporta como un agitador en asamblea estudiantil, coreando el himno catalán y gritando ¡Libertad! (sólo faltó allí Lluís Llach resucitando La Estaca), Pedro Sánchez no tiene una palabra de respaldo para el embajador, sino de compromiso de no buscar nunca "la confrontación con el Gobierno de Cataluña"; cuando Torra revive las embajadas catalanas, cuyo único objetivo es promover la internacionalización del proceso independentista, y dice que lo primero que va a plantearle a Sánchez en su próximo encuentro es pactar un referéndum de independencia, el presidente socialista no se siente obligado a matizarle que él no va a pactar un referéndum de autodeterminación, lo plantee en primero o en último lugar.

Está siendo tan pusilánime ante el victimismo de los secesionistas -que ese sí que es inquebrantable- y tan untuoso con las exigencias de sus aliados preferentes (el discutido reparto del pastel de RTVE con Iglesias es antológico) que otras decisiones razonables y justificadas que toma o va a tomar, como el acercamiento de terroristas a cárceles vascas o el traslado de los separatistas en prisión provisional a centros próximos a sus familias, se contemplan con suspicacia y temor, como si formasen parte de un plan de derribo del Estado y rendición a sus enemigos. La culpa es suya.

A todo esto, ¿qué pensará, y no dirá, Susana Díaz del Gobierno de Pedro?

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