En el lado sur del antiguo Corral de los Olmos, ocupado en la actualidad por la plaza Virgen de los Reyes de la metrópoli hispalense, existía desde época andalusí la pequeña mezquita de los Ossos, destinada al rezo por los muertos enterrados en un osario adyacente. En 1385, el oratorio musulmán fue donado al arcediano de Écija, Ferrán Martínez, de infausto recuerdo para la judería sevillana al ser el impulsor de su virtual desaparición en el asalto de 1391. El canónigo promovió la fundación de un centro hospitalario de ayuda a los pobres en los terrenos ocupados por el recinto islámico y varias casas anexas de su propiedad, muriendo años más tarde en loor de santidad para el pueblo llano. La obra sería conocida como Hospital de Santa Marta, cuyas dependencias acogen desde el siglo XIX a religiosas agustinas del convento de la Encarnación. Hoy en día, quedan pocos restos de la primitiva mezquita: dos arcos ciegos polilobulados exteriores en la cabecera de la iglesia conventual y, probablemente, la sugestiva plazuela de Santa Marta a la que se accede a través de un postigo con arco rebajado.
En un rincón adosado al cenobio, al comienzo de la calleja que penetra en la sublime plaza, crece un egregio ciprés y un magnífico ejemplar de mirto, arrayán o murta, Myrtus communis. Desde tiempo inmemorial, esta aromática planta arbustiva forma parte de la vegetación del bosque mediterráneo, con su origen en la región oriental; con flores blancas cuajadas de estambres y atrayentes bayas de color azul oscuro, es usada desde antaño por sus propiedades antisépticas, cosméticas y para la elaboración de licores. En los rituales hebraicos siempre ha representado un símbolo de paz, y así lo cantaba el profeta Isaías: "En lugar del espino crecerá el ciprés, en lugar de la ortiga crecerá el mirto...". Su significado alegórico se mantiene y extiende en la Grecia y la Roma clásicas como expresión de belleza, amor, fecundidad o fidelidad, consagrándose a Afrodita-Venus y participando de celebraciones religiosas o profanas en diferentes culturas. Tirso de Molina, el creador del mito donjuanesco, expresó la viveza y el candor del mirto: "...y los pájaros dejan sus nidos,/ y en las ramas del arrayán / vuelan, cruzan, saltan, pican / toronjil, murta y azahar..."
Desde comienzos del siglo XX, la fascinante barreduela de Santa Marta alberga en su centro un esbelto crucero tallado en el siglo XVI y proveniente del hospital de San Lázaro. En este patio recoleto y embrujado, cuatro naranjos trepan en el aire ansiando la luz cenital, mientras a lo lejos repican campanas centenarias que rememoran encuentros apasionados entre Don Juan Tenorio y su amada Doña Inés. Los ecos del amor desatado sirven de contrapunto al sentimiento de sosiego que rezuman sus paredes, y es posible ensoñar en noches de bonanza las resonancias descarnadas del amante: "Clamé al cielo, y no me oyó. Mas, si sus puertas me cierra, de mis pasos en la Tierra responda el cielo, y no yo...".
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