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El arte de perder

Rajoy es un hombre extemporáneo que vive como si hubiera sido arrastrado hasta aquí desde el siglo XIX

En 1975, cuando ya tenía 64 años, Elizabeth Bishop compuso el poema que en España conocemos como El arte de perder. Elizabeth Bishop lo escribió cuando estaba pasando un periodo particularmente sombrío de su vida: bebía grandes cantidades de vodka, vaciaba tubos de Nembutal y vivía un alejamiento -que ella creía irreversible aunque luego resultó pasajero- de su pareja, una mujer mucho más joven que ella que se llamaba Alice Methfessel. Por lo demás -y esto es lo más importante-, Elizabeth Bishop era una experta en pérdidas: sus padres murieron cuando era una niña, luego tuvo que convivir con un tío político que la sometía a toda clase de abusos, y más tarde, ya adulta, tuvo que soportar el suicidio de su amante brasileña.

La vida -cualquier vida- no es más que una constante acumulación de pérdidas, y eso es lo que explica el poema de Elizabeth Bishop, que también contiene una irónica invitación a ejercer el arte estoico de superarlas: "No es difícil dominar el arte de perder:/ hay tantas cosas que parecen empeñadas en perderse/ que su pérdida no es ningún desastre".

No creo que Mariano Rajoy sepa de la existencia de este poema -desde luego no parece aficionado a la poesía-, pero ayer supo demostrar que posee un cierto dominio del arte de perder. Al igual que le pasó a Elizabeth Bishop, a Rajoy también le costó adquirirlo: antes tuvo que perder el Gobierno y todo su crédito político tras una moción de censura vertiginosa. Rajoy es un hombre extemporáneo que vive en esta época como si hubiera sido engullido por una fisura del espacio-tiempo que lo ha arrastrado hasta aquí desde el siglo XIX. Amable en las distancias cortas, frío como un témpano ante las multitudes, con escasa capacidad para trasmitir cualquier atisbo de emoción humana, poco amigo de exhibirse, alérgico al discurso político y enemigo de cualquier cambio, Rajoy había aprendido que la sustancia del poder es la pétrea inmovilidad, el arte de permanecer en vez de perderse, el arte de sortear los embates como Ulises amarrado al mástil mientras cantaban las sirenas (que en España solían ser manifestaciones de protesta). Pero cuando ese barco empezó a irse a pique, nuestro Rajoy tuvo que aprender a toda prisa -en ocho horas encerrado en un restaurante- que no es difícil dominar el arte de perder. Y que perder tampoco es ningún desastre.

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