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Ante el auge de Vox

Nos preguntan: "¿Que no vas a votar a Vox?". Y no se crean que todos son de polo, mocasines y banderita en el reloj

En la oficina, en la barra del bar, en las reuniones familiares, no se habla de otra cosa. ¿Y tú a quién vas a votar? Nos preguntan orgullosos, entusiastas, desafiantes… "¿Que no vas a votar a Vox?". Y no se crean que todos son de polo, mocasines y banderita en el reloj. La clientela va creciendo, y en ella tienen cabida votantes de distinto pelaje. ¿Pero no has visto cómo estuvo Abascal en el debate? El único que dice las cosas claras y a la cara, no pudieron con él...

Vox cuenta con la ventaja de quien no aspirar a ser un partido de gobierno, sino sólo a influir en la formación de las mayorías, como ha venido haciendo con discreta eficacia en sitios clave como Andalucía o Madrid. Tiene claro a quién dirigir su mensaje, y cómo hacerlo. Si además mejora la comunicación ayudándose de unas formas intachables, como Abascal el lunes, hasta pueden caerle algunos votos insospechados. Si a la derecha de toda la vida, para qué vamos a engañarnos, no le gustan las autonomías, ahí están ellos poniendo al Estado autonómico como culpable de todos los males de la patria. Si le costó un mundo coger las riendas del 155, y las soltó en cuanto pudo, ahí los tienen dispuestos a sacar los tanques por Barcelona, e ilegalizar a los santones del PNV si hace falta.

A esa derecha más conservadora y tradicional, más de Pío XII que de Juan XXIII, de un nacionalismo excluyente y algo primario, más de los Reyes Católicos que de la Constitución de Cádiz, herida por esa pulsión exhumadora de la izquierda más sectaria, se dirige Vox, y según las encuestas, con un retorno más que prometedor. Esa derecha preterida por la versión más socialdemócrata de Rajoy representa, hoy, el voto más fiel de cuantos están llamados para el domingo que viene.

Paradójicamente, esa misma contundencia es su mayor debilidad a medio plazo. Ni las autonomías han representado un problema para la mayoría de los españoles, ni su implantación lleva consigo de por si la desigualdad (sobre esto habría mucho que hablar), ni puede criminalizarse de esa manera a la inmigración ilegal, agrandando el problema para ofrecer después la solución. Estas y otras cuestiones que exceden de la prudencia y el sentido común son el gran lastre de Vox, y no su razonada respuesta contra las propuestas trasnochadas de Sánchez sobre la (inexistente) apología del franquismo. Con la que, por cierto, no puedo estar más de acuerdo.

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