La aldaba

Carlos Navarro Antolín

cnavarro@diariodesevilla.es

La aventura de un café en Santa Justa

Han conseguido que sea más agradable el café en el tren que en la estación, que ya era difícil

La ingesta de un café de estación se ponía con guasa durante muchos años como ejemplo de pena capital, largo cautiverio y castigo severo. El café de estación tuvo muchos años la peor fama, como los retretes de venta o los aseos de gasolineras. El café de estación de aquellos años 80, pese a la fama tan negra que lo denostaba, tenía grandes propiedades escasamente reconocidas. Ayudaba, por ejemplo, al tracto intestinal con una eficacia poco alabada. Aquellos cafés de estación desaparecieron, como también lo hizo el serrín o el cubilete de los palillos. En Sevilla tenía muchos seguidores el café de la estación de autobuses del Prado, una especie de agua sucia, estancada, de piscina en febrero, una bebida cotidiana para los abogados y procesados que estaban citados en el Palacio de Justicia. Llegó La Raza y el bar no hizo más que mejorar. A la hostería del Prado acude hoy mucha clientela que no viaja en autobús, sino que simplemente tiene el bar como referencia para un domingo soleado.

La hostelería de lugares como las estaciones e instalaciones de alto tránsito de público ha mejorado muchísimo. Da gusto comer hoy en el aeropuerto de San Pablo como hacerlo en la hostería por excelencia del Prado. Los tiempos de la cutrería quedaron atrás en muchos aspectos.

Por todo esto resulta llamativa la pobreza de la oferta de la estación de Santa Justa, con sólo dos sitios para tomar un simple café, con escaso personal y de una marcada lentitud incluso en momentos de escasa presencia de clientela. Se trata de franquicias, como de costumbre. ¡Cómo no! Sin sabor alguno, sin sello, sin gracia. Han conseguido que sea más agradable el café en el tren que en la estación, que ya era difícil. Mucha tecla de pantalla, mucho software para pedir una tostada, mucha pila de platos sucios en la barra, mucha mesa sin recoger y el personal sacando platos del lavavajillas mientras los clientes son atendidos uno a uno y con parsimonia. La alta velocidad queda para los raíles. Los negocios con acceso al exterior son franquicias de comida rápida. Es lamentable que miles y miles de viajeros no encuentren en la estación ferroviaria una sola referencia de la hostelería local en la ciudad de la tapa por antonomasia. Tal vez sea cierto que ciudades como Córdoba hace tiempo que nos quitaron ese sello.

No hay pantalla ni aplicación informática que sustituya a un buen profesional. Pero ése ya es otro debate, distinto al de la dificultad de tomar un café en un edificio fundamental. Santa Justa, la estación donde los lavavajillas funcionan estupendamente. Prueben a desayunar un día. Se acordarán de la mártir que pintó Goya. El nombre es lo único sevillano que tiene el edificio.

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