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La banda de Torra

En todas las cumbres hay manifestaciones, pero entre sus organizadores no están los jefes de los revoltosos

No hay cumbre que se precie, del G-20, el Clima o la Unión Europea que no provoque manifestaciones de protesta. Es el signo de los tiempos. Pero no es habitual que entre sus organizadores estén los jefes de los revoltosos. A la costeada cumbre de Barcelona entre separatistas catalanes y Gobierno de la nación no le han faltado incidentes y altercados. Esta vez había suficientes mossos, y además han hecho de somatén bomberos de la república. O sea, que el presidente Torra ha podido establecer la cantidad adecuada de manifestantes, destinada al marketing internacional, y el conveniente dispositivo de orden público. Todo bajo control.

Esto recuerda la conocida anécdota de Serrano Súñer en los inicios de la Dictadura. Como jefe de la Junta Política de Falange organizó una manifestación espontánea ante la embajada británica en Madrid al grito de ¡Gibraltar español! Y como ministro de Exteriores llamó al embajador para preguntarle si necesitaba más protección. El diplomático, con fino humor inglés, le respondió que en vez de más policías le enviase menos manifestantes. A lo mejor en la reunión del jueves en la que hablaron "de todo", Sánchez también pidió a Torra que graduase los manifestantes, dada su condición de jefe de la banda, aquel que pide apretar a los CDR y se queja de que la policía autonómica sacuda a sus comandos cuando se extralimitan.

En términos de violencia, la revuelta ayer en las calles de Barcelona está lejos de la sangrienta vía eslovena, tan querida por el exaltado president. No es el único capítulo en el que hay un abismo entre el procés catalán y la Yugoslavia de 1991. Aquel era un estado autoritario, reciente y artificial. Había casi unanimidad entre la población a favor de la independencia. Y, sobre todo, Eslovenia y Croacia contaban con el apoyo de Alemania, que las reconoció como estados antes que el resto de la Comunidad Europea, a la que Bonn arrastró más tarde.

Nada de eso hay en este conflicto político, reconocido por el Gobierno para reunificar la mayoría que condujo a Pedro Sánchez a la Moncloa. Si con este impulso consigue aprobar los presupuestos del año que viene, podría agotar la legislatura. Tiene una marca que batir; el gobierno más breve de la democracia -el de Calvo Sotelo- duró un año y nueve meses, que él cumplirá en marzo de 2020. Eso tendría otros efectos colaterales: imaginen a un PSOE federal sanchista con el BOE casi año y medio más, confrontado a un PSOE andaluz susanista en rebeldía, sin el BOJA a su disposición. Otro abismo.

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