editorial

La 'batalla' del kilómetro cero

LA situación en la Puerta del Sol, el emblemático kilómetro cero, y sus alrededores -epicentro de Madrid-, es insostenible. Referirse a lo que está ocurriendo entre el movimiento 15-M y los policías antidisturbios como el juego del gato y el ratón, intentando los primeros despistar a los segundos y fortificando éstos la plaza, impidiendo así el tránsito y la circulación libre de muchos ciudadanos que nada tienen que ver con la protesta, es ya una metáfora barata. Lo que está pasando en la capital de España no es ningún juego: hay heridos, hay detenidos, hay cierres obligados de comercios y establecimientos públicos, hay madrileños y visitantes de la ciudad cuya vida cotidiana está siendo seriamente alterada desde hace semanas, afectados por un grave contratiempo diario ante el que -y esto es lo más preocupante- las autoridades están ofreciendo una imagen de incapacidad e insolvencia. A la ofensiva del 15-M de retomar la Puerta del Sol la respuesta ha sido la de un despliegue policial que no ha dudado hacer uso, en algunos casos, de una extrema dureza. Ese dispositivo de vigilancia y represión, además, ha provocado que la indignación no se localice únicamente en uno de los bandos: en las filas de los antidisturbios ya cunde el cansancio, pero también el hastío y la decepción. Sindicatos policiales han denunciado las "jornadas extenuantes de trabajo y sin descanso" que están padeciendo los agentes, encargados de la estrategia de desgaste que ha decidido llevar a cabo la Delegación del Gobierno. Pero ese desgaste no acaba sólo con los indignados -si bien muchos de ellos abandonan, ya sea por la virulencia de una carga policial o por el simple marchitamiento de la algarada-, también merma la capacidad los miembros de las Fuerzas de Seguridad del Estado, a los que priva de la obligada frialdad ante la provocación y los empuja a una respuesta visceral. Pero sobre todo, al analizar el escenario de la batalla, el Gobierno debería ser más sensible con las víctimas colaterales: todos esos ciudadanos afectados por la bronca, condenados a cambiar sus hábitos diarios y en los que la indignación -también en ellos- crece cada día más.

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