El bebé que decidió vivir

No es posible que en el siglo XXI siga habiendo personas, como la pequeña Nabody, que no puedan vivir en su país

Su madre sabía que por salvarle la vida a su hija ésta podía morir en el camino hacia la supuesta libertad. Pero en el trayecto, los riesgos se hicieron más presentes que las posibilidades de ser rescatados de la mar antes de concluir su calvario. Muy mala vida tuvo que tener en Mali, como para dejarse convencer por alguien que allá en España, en Canarias, estaría el final de sus horrores, y el principio de vivir en libertad. Los cuatro días de navegación, en una mísera barca de madera, fueron el túnel hacia la muerte lenta de 52 personas. Sin comida, sin más ropa que la que les abriga los días de sol en África deambularon al antojo de las olas en horas más oscuras que de luz. Las necesidades también reclaman atención en una patera a la deriva. Los niños pasan el mismo o más hambre, frío y necesidades que en tierra. La sed se saciaba con el único liquido cercano, el agua salada. Era la única opción para que ella pudiera hidratar a sus dos hijos. Nabody, de dos años, no pudo decidir ni dónde nacer ni dónde vivir. Su madre tomó la determinación por ella, convencida de que podría tener una vida , mínimamente parecida, a la de otros niños que regañan por ir a la escuela. Nabody fue sacada de la patera y tumbada en el suelo del puerto de Arguineguín, donde dos voluntarios de la Cruz Roja, que saltaron disparados de sus casas tras recibir la llamada para auxiliar a los inmigrantes recién detectados por Salvamento Marítimo, le cortaron la ropa mojada para empezar a practicarle la reanimación. Era un cuerpo diminuto, de piel morena, con el pelo ensortijado prendido en varias coletas tiesas como antenas. El cuerpo de la bebé estaba muerto, sin fuerza, ni respiración. Su madre, abrazada a su otro hijo pequeño, observaba aún desde la patera cómo su pequeña entregaba su vida a la habilidad de dos personas que no dejaban de hacerle cosas. Como si fuera una muñeca de piel morena, Nabody respondió al incansable empeño de las practicas rehabilitadoras de los enfermeros, Paula y Miguel. La ambulancia llegó a tiempo y, a asta hora, la bebé sigue en la UCI. Ella, sola, mecida por el amor de sus salvavidas sanitarios. La madre por otro lado. Su otro hijo pequeño sigue recuperándose de ese terrible trayecto de vida o muerte. Ocho niños siguen en estado critico. No es posible, que en el siglo XXI siga habiendo personas que no puedan vivir en su país y se jueguen la propia vida y la sus hijos en el intento de poder vivir. Sencillamente, vivir.

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