Tribuna

Antonio Muñoz

La bipolaridad del opinador en superficie

Partimos de un hecho incuestionable: Sevilla va camino de alcanzar este año la cifra récord de turistas y pernoctaciones. Con estas credenciales, podemos calificar de históricos los resultados que presenta nuestro principal motor económico. Permítanme repetirlo, para que no quepa la menor duda: nuestro principal motor económico. Por ello, resulta necesario llevar a cabo una reflexión seria, no sesgada ni interesada, sobre los límites del crecimiento, tanto relativos a la oferta de alojamiento como al propio número de visitantes en algunos de los espacios y monumentos públicos más demandados por los que vienen a conocernos. Creánme cuando les digo que desde las instituciones que nos dedicamos a gestionar el turismo en Sevilla, esa reflexión la hacemos continuamente.

Una reflexión que, obviamente, la llevamos a cabo de manera sosegada, y no con la urgencia con la que otras ciudades han empezado a hacerlo. Ciudades, por cierto, que llevan ya años desbordadas, pero que sólo ahora parecen haberse dado cuenta de que estaban engordando hasta el empacho a sus gallinas de los huevos de oro. Por no quedar mal mencionando a ninguna española, pondremos el ejemplo de Venecia, paradigma de esta situación de sobre explotación.

Asumido todo lo anterior, permítanme sin embargo que también exponga mi preocupación ante ciertos análisis frívolos, esnobs, cuando no directamente alocados, que se vienen arrojando desde determinadas tribunas. Insisto, opinando de manera muy superficial sobre el principal motor económico de nuestra ciudad.

Por ejemplo, el opinador en superficie aplaude el aumento de las conexiones aéreas en tanto en cuanto posibilita que los sevillanos (incluyendo al propio opinador) podamos viajar con más frecuencia y a más destinos. Hasta aquí, todo bien. Nada que objetar. Pero ¡ay! Parece querer olvidar que el avión, lo mismo que va, tiene que volver. Y cuando vuelve, no lo hace vacío, sino cargadito de oriundos de aquellos lugares, esto es, turistas. Y entonces, el opinador en superficie pone el grito en el cielo porque dice que hay demasiados de estos en nuestras calles. Vaya, que le molestan.

El opinador en superficie también apuesta de manera decidida, tajante y taxativa, como si le fuera la vida en ello, por atraer única y exclusivamente a visitantes de alto poder adquisitivo, que se alojen en hoteles de 4 y 5 estrellas y, si puede ser, gran lujo. Ahora bien, en cuanto tienen la oportunidad, nuestro opinador (u opinadora) se organiza un puente para salir y hospedarse en el extranjero a través de alguna de las archiconocidas plataformas de apartamentos turísticos. Baratito, por favor, que está la cosa muy mala. Lo que es bueno para mí, no lo quiero para los de fuera. (Y no vamos a mencionar el rizado del rizo que supone el hecho de que algunos opinadores en superficie critican la proliferación de apartamentos turísticos, al mismo tiempo que ellos ponen en alquiler ese pequeño estudio que compraron a modo de inversión. Que haberlos, haylos.)

El turismo es, que no quepa la menor duda, nuestro principal motor económico

El opinador en superficie busca en sus viajes la autenticidad, él (o ella) no hace turismo, viaja. Se mezcla con el nativo, come sus comidas, bebe sus bebidas y comparte sus espacios vitales. Pero cuando regresa y va a su bar de toda la vida, ese de la esquina de su casa, a desayunar su media con jamón, le molesta que haya un inglés, un yanqui o un chino sentado a su lado, pidiendo la misma tostada que él (o ella).

El opinador (u opinadora) en superficie, en su búsqueda del santo grial de la autenticidad, cuando regresa de sus merecidísimas vacaciones en el extranjero, intenta que le quepa en su trolley de cabina el mayor número de recuerdos con los que agasajar a su vuelta a familiares y amigos: imanes, camisetas y objetos de artesanía oriunda suelen ser los más demandados. Ahora bien, qué ordinarias le parecen a nuestro superficial amigo (o amiga) las tiendas de souvenirs donde venden imanes, camisetas y objetos de artesanía con motivos sevillanos, que han florecido en las calles de su Sevilla de su alma.

Algún opinador en superficie (no todos, la verdad sea dicha), hace uso de alguno de nuestros –cada vez más– vuelos directos para disfrutar de grandes exposiciones o conciertos. Sin embargo, sin el menor pudor, te dicen que no han podido ir a ninguna de las exposiciones del Año Murillo, o a ningún espectáculo de la Bienal, por poner un par de ejemplos, porque no soportan hacer cola, o porque han esperado hasta el último momento y, claro, los turistas atraídos por nuestra oferta cultural, previsores ellos, ya han agotado las entradas. Hay que ver.

A mí, el opinador (u opinadora) en superficie me desconcierta con tanta bipolaridad. Pero he de reconocer que también me despierta cierta ternura. El hombre (o la mujer) hace lo que puede por disfrutar de la vida, como hacemos todos. El único pero es que, en mi humilde opinión, debería volver a abrir los ojos, y recordar lo abierta que ha sido, es y esperemos que siga siendo esta ciudad. Sevilla no ha sido, no es, ni esperemos que nunca sea sólo suya. Salvo que él (o ella) tenga un buen motor económico de recambio para nuestra ciudad.

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