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Luis Carlos Peris

Un bolo que no viene a cuento

Tras el 'glamour' del sábado en la auténtica catedral del fútbol llega un despropósito a una distancia sideral

PASADA la frustración de no haber podido romper el maleficio de Wembley, setenta y dos horas después llega una chinita en el zapato llamada amistoso con Costa Rica. Nada que ver este bolo mercantilista con el encanto de jugar en la auténtica catedral del fútbol y aunque a nadie se le pasa por la sesera otro tropiezo, la maldición de los amistosos para el equipo nacional hace que no se vea bien esta cita en San José. Costa Rica no es nada en el concierto mundial y jugando contra ella, no hay nada que ganar y una barbaridad que perder. No es que le demos sitio a la posibilidad de una derrota, pero ni siquiera así hay algo que ganar.

Aunque el peso de la púrpura haya que asumirlo, atravesar el gran charco cuando la Liga se encuentra en su apogeo es incomprensible. Por supuesto que la selección española está muy requerida desde los puntos más ignotos del planeta, pero contra el vicio de pedir está la virtud de no dar y si en Costa Rica quieren ver a España que se elija otra fecha menos inconveniente o que enchufen el televisor cuando juega España. Por ejemplo, si no hay más remedio que seguir rentabilizando el entorchado de campeón universal, pues bien podría haberse elegido algún país menos alejado, a menos horas de avión y sin darle sitio a un perjudicial jet lag.

Y yendo de lleno a lo meramente futbolístico, un partido con los costarricenses aporta poco. Costa Rica tocó techo en el Mundial de Italia llegando a octavos de final, estuvo también, con menos éxito, en Corea-Japón y en Alemania 2006. En este último Mundial quedó en penúltimo lugar, por lo que su potencial queda muy en entredicho. Pocos se explican a qué viene jugar tan lejos y ante una selección tan inferior que ni siquiera el carácter de amistoso que tiene el partido es capaz de provocar alguna inquietud. Ya se sabe que los amistosos se le atragantan a España, pero ni siquiera eso hace temer por una victoria que se ve tan fácil como obligatoria.

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