BREVIARIO

Alejandro V. Garcia

Las bolsas, las vidas

CONOZCO a amigos que, antes de arrojar a la basura una de esas redes de plástico donde vienen sujetas las latas de cerveza, cortan con cuidado con una tijeras las tiras porque una vez, en un programa de televisión sobre un remoto país americano, asistieron, angustiados, a la agonía de una tortuga que quedó atrapada en una de esas mallas. Mis amigos repiten el rito puntualmente a pesar de que saben que en su ciudad no hay tortugas, que es de interior y que los desperdicios de plástico que depositan en los contenedores son transportados a una planta de tratamiento de residuos. Pero la íntima satisfacción que alcanzan de contribuir al bienestar de unas tortugas ilusorias es extraordinario. La condición ecológica es un tema arduo y contradictorio. A veces es un simple calmante de la mala conciencia, otras un empeño valiente, un servicio a la humanidad y otras un negocio sucio. Los negacionistas del cambio climático son unos tipos tan peligrosos como los fabricantes de bombas, pero no les van a la zaga todos los caraduras que utilizan el nombre de la naturaleza para vender desde biquinis a crecepelos, desde yogures a alpargatas. Desde el primer día que oí hablar de que iban a sustituir de las bolsas de plástico en los grandes almacenes sospeché cuál iba a ser el resultado: el negocio sería para ellos y el desembolso y la complacencia ecológica para nosotros.

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