La tribuna

Francis López Guerrero

Un buen día

UN buen día te das cuenta de que te das cuenta. No cabe disimulo con uno mismo. Y la realidad canónica y vendible se fragmenta en mil pedazos apócrifos y aberrantes y uno como un meteorito se ve lanzado sin dirección por el espacio senza fine. Está el camelo del ciberespacio y el intraespacio inexplorado y abrumador, que te aniquila los cinco sentidos y la poca ciencia que uno ha conseguido inyectarse, la cual termina desparramada por el suelo llorando como una cría consentida.

Te pasas unos cuantos días seguidos como acompañante de la enfermedad en el hospital comarcal de La Merced y te das cuenta de que existen otros mundos, pero están en éste. Por los ventanales se ve Osuna, pero parece lejanísima. La Colegiata y la Universidad son monumentos imponentes, pero sin familiaridad, sin geografía íntima: piedra memorable al otro lado del cristal, que es la mampara que te atrapa y te separa de la actualidad corrompida y de la Historia vacilante. Eres tú y el intraespacio insólito y no colonizado. Fernando Pessoa en el Libro del desasosiego afirmaba que uno es del tamaño de lo que ve. Yo ya he averiguado mi tamaño. Es un ejercicio interesante si se hace sin engaño, sin estafa. Sin bastardear.

Merced es una palabra que me gusta y me atrae. Suena a castellano antiguo, decente y respetable: vuestra merced. Suena a Quijote e idealismo. Tiene el significado de gracia o regalo y es que en el hospital de La Merced trabajan por concederte una gracia: la salud. La sanidad pública te devuelve como un obsequio perfumadito de suero para que sigas funcionando como un transeúnte alucinado por las calles de la hedionda actualidad. Ojalá no le cambien el nombre al hospital de La Merced y le pongan hospital a Merced; a merced de los recortes. Es sintomático lo del español, lleva hasta en las entrañas lingüísticas la patología de la ambivalencia. Una misma palabra sirve para engrandecer y ser magnánimo y esa misma palabra sirve para ningunear y oprimir.

Un buen día te levantas y te das cuenta de que te das cuenta con decepción supurante de que España no ha dejado de ser un país de hidalgos tramposos y de pícaros de postín. La democracia por momentos parece irse por el sumidero de las corruptelas. La sociedad pide a voces transparencia y uno se aprecia transparente y vulnerable tras las cristaleras del hospital de Osuna. Te colocas detrás de esos cristales, a la altura previamente establecida de tu microinsignificancia, y ves que el mundo irreversiblemente se muere en una habitación para un grupo de personas y en la habitación de al lado la vida sale a flote para tomar un poco de aire, después de muchos días sumergida en el pantano borroso de la incertidumbre. Y ves que las hemorragias son de verdad, que las agujas son ciertas; que el dolor tiene raíces y ramas. Y crece. Y ves al otro lado de los cristales al pueblo lejanísimo y como ido. Inexistente. Y te das cuenta de que la realidad es injusta, huidiza y frágil y necesita generosidad, mucha generosidad. Traducido a español encamado y convaleciente: comprensión, afecto y dinero.

Intentas imaginar la realidad como un color sanador, y en tu paleta se mezclan el yodo, la mercromina, el verde quirófano y el rojo sangre para que fluya inocente por el envase milagroso del cuerpo. Se canta lo que se pierde y se pinta lo que se desea poseer. El hombre como tal creció al cobijo supersticioso de una canción y de una pintura rupestre. Y recuerdo al instante que el español irónico, generoso y bien trabado de Cervantes es un arma cargada de presente y futuro para reclamar otras realidades y uno se convence de que los hospitales son edificios de esperanza y la esperanza hay que reduplicarla y expandirla por cualquier rincón de la realidad, ya de por sí frustrante. Y uno se da cuenta de que se da cuenta. El cuerpo pesado y sin dueño no te importa abandonarlo en las calles. Porque la realidad al final te la tienes que inventar si no quieres que te esclavicen. La luz crepuscular de Osuna te envuelve en silencio alrededor de las cristaleras del hospital de La Merced y los ojos como un galardón volandero se te han ido llameando con la tarde y aterrizan cálidos y efusivos en el cahíz innegociable y embarrado de la infancia.

Un buen día te levantas, desayunas con ganas y, repentinamente, la cocina se llena de brumas, y compruebas, a pesar del empeño que pusiste, que la vida no va contigo. Está en otros menesteres más lucrativos. Un buen día te levantas y te das cuenta de que tu cabeza está sujeta a unos hilos y por encima de ellos llegas a vislumbrar unas manos. Y mira tú por dónde, te das cuenta de que te das cuenta: te pueden hacer vivir y te pueden hacer morir. Un buen día. Fraseología ambivalente del español. Frases a la española y aplicables a cualquier realidad que nos plazca inventar.

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