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CON dos horas han tenido bastante Zapatero y Rajoy para dar por clausurada la etapa de mayor desencuentro entre los dos partidos de gobierno de la democracia española, mayor incluso que el periodo final del felipismo y los estertores del aznarismo. Una magnífica noticia.

El camino previo que llevó al consenso de ayer ya lo habían recorrido ambos. Zapatero, modificando sustancialmente su política antiterrorista y modulando otras (inmigración, alianzas). Rajoy, asentándose en su lugar natural a base de soltar el lastre que lo uncía a la deslegitimación del adversario.

Rajoy y Zapatero han desactivado las bases de la crispación, y eso ha hecho posible que el encuentro de ayer fuera como la seda. Ha habido pacto para la renovación del Poder Judicial y el Tribunal Constitucional. Con ser importante para la vida institucional este acuerdo carece, sin embargo, del impacto ciudadano directo de otros que también se materializaron en la Moncloa. Por un lado, las reformas legales orientadas a endurecer la persecución penal de los pederastas y otro agresores sexuales y a salvaguardar los derechos de las víctimas del terrorismo en los flancos que se han evidenciado insuficientemente cubiertos (las calles y placas en recuerdo-homenaje a etarras y la garantía de que los terroristas cumplan las penas accesorias, de carácter económico o de separación física).

Por otro, y esto es lo fundamental, el presidente y el candidato a serlo han apuntalado un auténtico nuevo pacto antiterrorista. Los principios en que se sustenta no son nada novedosos: unidad de los demócratas, apoyo a las víctimas, respaldo al Estado de Derecho y sus instrumentos, cooperación internacional y rechazo a de la negociación (lo que es lo mismo: el único destino de ETA es desistir de la violencia). Principios clásicos y elementales, cuyo olvido o postergación ha provocado, siempre que se han dado, los máximos retrocesos en la lucha contra el terror y las más serias dudas sobre la viabilidad de acabar algún día con esa pesadilla de cuarenta años.

Frente a estos logros de la política nacional, no considero ningún drama que Zapatero y Rajoy no hayan coincidido en el análisis de la situación económica y sus recetas al respecto. Esperar lo contrario hubiera sido ilusorio e, incluso, contraproducente. Es lógico que PSOE y PP sostengan políticas económicas diferentes. Uno pone el énfasis en el gasto social para paliar las consecuencias de la crisis, y el otro, en el ahorro y la reducción de impuestos. Aun así, no son tan distintos. Que el socialista muestre optimismo desaforado y el popular desaforado pesimismo sólo tiene que ver con el hecho de que el primero gobierna y el segundo está en la oposición.

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