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La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Los buenos no cambiaron

El asesinato de Miguel Ángel Blanco no cambió la opinión sobre ETA de la mayoría. Sólo aumentó su horror

Hoy se cumplen 20 años del secuestro de Miguel Ángel Blanco; y el miércoles, de su asesinato. Se repite que supuso un antes y un después. Para ETA, como el principio de su fin, para unos cuantos filoetarras y para el PNV, sí. Para la mayoría de los españoles, no; porque los tenía por lo que eran: repugnantes asesinos empeñados en desestabilizar la democracia, matando más que nunca a partir de 1977 pese a que la Ley de Amnistía incluía también a los etarras (los imbéciles indocumentados que impugnan hoy la Transición deberían recordar las palabras con las que, como portavoz del PC, defendió Marcelino Camacho la ley: "Nosotros considerábamos que la pieza capital de esta política de reconciliación nacional tenía que ser la amnistía. ¿Cómo podríamos reconciliarnos los que nos habíamos estado matando los unos a los otros, si no borrábamos ese pasado de una vez para siempre?"). ETA reaccionó a la Ley de Amnistía asesinando al presidente de la Diputación de Vizcaya y sus dos escoltas al día siguiente de su ratificación por el Consejo de Ministros. La banda lo tenía claro: "Hemos observado un receso en el pueblo en cuanto a movilizaciones, y un ascenso de las fuerzas reformistas que podía llevarnos a un asentamiento de la Reforma de Suárez en Euskadi. Ante esto hemos optado por tomar la iniciativa y actuar para intentar que ello no sucediese".

La inmensa mayoría de los españoles no cambió de opinión con el asesinato de Miguel Ángel Blanco. Sabían de qué era capaz ETA aunque el anuncio de la ejecución y la espera rebasaron su capacidad de horrorizarse. Sabían que ETA había asesinado a 708 personas en los veinte años que mediaron entre las primeras elecciones democráticas y el asesinato de Miguel Ángel, intentando impedir primero la llegada y luego la estabilidad de la democracia. Sabían que once años antes había tenido lugar el atentado de la plaza de la República Dominicana en Madrid, diez años antes los de Hipercor en Barcelona y la Casa Cuartel de la Guardia Civil de Zaragoza; y sólo una semana antes, con la liberación de Ortega Lara, conocían horrorizados la tortura de los 532 días que pasó encerrado en condiciones infrahumanas en un zulo, además del intento, cuando sus secuestradores fueron detenidos, de dejarlo morir allí de hambre. No, la inmensa mayoría de los españoles no cambió de opinión con el asesinato de Miguel Ángel Blanco. Sólo aumentó su horrorizada repugnancia. Sigue mañana.

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