el poliedro

José / Ignacio Rufino

El bumerán del dinero fácil

Noruega encajará el golpe mejor; Venezuela o Rusia ven cómo sus economías se tambalean con crudeza

EL dinero fácil trae pocas cosas buenas -no hablamos de quien estaba realmente necesitado-, más allá del subidón de seguridades y la eliminación de problemas que produce a corto plazo. A todos nos gustaría que nos tocara una lotería, pero no pocos son los casos en los que el pelotazo acaba golpeando al afortunado en la propia cara y hasta en el alma. Recientes tenemos en este país las nefastas consecuencias "que lo regalamos, oiga" del crédito, aunque ahora parece que el trauma va siendo vencido gracias a unos cuantos síntomas de recuperación, que nos han hecho correr a las tiendas cual si fuéramos dipsómanos que, tras años de abstinencia, volvemos a sentir el embriagador efecto del alcohol. Con el regalo divino de tener petróleo bajo tus tierras o tus mares sucede algo equivalente a lo que sucedió con nuestra burbuja: que las vacas gordas y el caballo grande, a unas malas, acaban dándote cornadas y coces. Y falta la diligencia que da la estrechez, y paraliza el vicio que trajo la holgura. Cuando el petróleo, por diversos motivos, entre ellos digamos el fracking y las renovables, cae a un precio inferior a 50 dólares, el daño que produce a los productores de crudo es mayor que el que sufriría un país con exportaciones diversificadas (¿recuerdan las previsiones de barril a a 200 dólares hace seis años? Ay, si las hemerotecas hablaran... para mandarnos al banquillo a más de uno).

Cuando, como país exportador del aún indispensable crudo, recibes ese dinero fácil y asegurado de forma indefinida, digamos que sin merecerlo, es fácil acostumbrarse a que vengan riadas de dinero exterior a tu país y a que tus salarios suban como la espuma, o a que a tus ciudades arriben personas refinadas, o al menos con alto poder adquisitivo. Al lujo, como en Rusia o los emiratos, o a las altísimas pensiones y prestaciones sociales, como los más prudentes y cultos noruegos. Aun así, en esencia lo mismo da que hablemos de Venezuela -ay, qué desperdicio- como de Noruega, aunque bien es cierto que Noruega ha sabido no dilapidar el dinero negro, mientras que Venezuela -no sólo el inefable Maduro y el pajarillo que viene a cantarle desde el cielo: sus predecesores también- no lo puede haber hecho peor, creando el país del desincentivo y, a la postre, de la convulsión, el racionamiento y la muy igualitaria pobreza. Podemos mencionar, ya se ha dicho, a Rusia, o a Brasil. Ahora, con la caída brutal de los precios del petróleo, todas esas economías tan diversas se contraen severamente (uno se pide Noruega, ya puestos). Ahora hay que luchar contra los vicios del dinero fácil. Ahora, ¿quién le hace ver al niño que el iPhone con tarifa plana de unos pocos de gigas hay que olvidarlo (pongan ciudadano o Estado por "niño"; pongan "iPhone" y "tarifa plana" por pensiones, subsidios o viajes tutiplén desde Moscú a Marbella). No hablemos de países petroleros de tercera división, como Nigeria, que sólo exporta crudo: ahí el leñazo es superior, pero ése es otro triste cantar africano.

Como informaba esta semana John Micklethwait en The Economist (Dependency on commodities), Rusia es quien peor va a encajar este golpe: si sus turistas rapados muestran inequívocos signos de nuevos ricos, como país es un nuevo crudodependiente, y el impacto en su economía se prevé brutal: una caída del 5% del PIB. Su deuda soberana ya ha sido calificada de "basura". Brasil y Noruega sufrirán menos, aunque lógicamente al país suramericano le afectará mucho más y entrará en recesión, como otros productores vecinos como la propia Venezuela (con las mayores reservas conocidas del planeta...). Otros productores de commodities, como Chile (cobre) y Perú (metales pesados ), crecerán. La alegría va por barrios, como se ve, y ninguna dependencia excesiva, cabe confirmar, dejará de pasar su factura tarde o temprano.

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