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La tribuna

eugenia Jiménez Gallego

En busca de sentido

EL hombre en busca de sentido es un exquisito libro de Víctor Frankl que les recomiendo. Víctor fue un psicólogo judío que estuvo confinado en un campo de concentración de la Alemania nazi y que vivió en primera persona los horrores que tantos sufrieron. Pero lo que hace su caso singular es que él, fiel a su vocación hasta en esas circunstancias, observó y reflexionó sobre las diferentes respuestas humanas que se daban ante la misma barbarie. Y en su libro desarrolla lo que descubrió tras ese análisis: que las personas que tenían una meta sobrevivían, mientras que las que perdían el sentido de su vida no lo hacían. Lo de menos era el objetivo concreto que tuviera su existencia: reencontrarse con un ser querido, volver a desempeñar su vocación -como un cirujano que mantuvo su pericia cosiendo retales- o como en el caso de este increíble psicólogo, publicar lo descubierto.

Y es que así funcionamos los seres humanos. No nos basta como a otras especies alimentarnos, descansar, tener vida sexual, ni siquiera el afecto. Necesitamos que lo que hacemos y vivimos tenga sentido para nosotros. Si no es así nos volvemos irritables, desequilibrados, deprimidos.

Por eso quiero que la tribuna de hoy sea un homenaje a los profesores que intentan que la educación que reciben nuestros hijos sea significativa para ellos y sus familias, a pesar de que los mismos enseñantes viven frecuentemente en el sinsentido, enfadados y desorientados por este cambio continuo de leyes educativas que sufre nuestro país.

A pesar de todo ello, muchos docentes intentan que sus clases conecten con sus alumnos, incluso cuando el currículum y los libros de texto no ayudan. Por eso les enseñan idiomas mediante juegos que les empujan a comunicarse, ciencia guiándoles en la realización de pequeños experimentos, lenguaje acompañándoles en la lectura de libros interesantes y en la escritura de obras propias. Les plantean desafíos a resolver con técnicas de aprendizaje cooperativo. Les enseñan a leer analizando las palabras de su entorno y a operar matemáticamente resolviendo problemas reales. Organizan los contenidos en proyectos que tienen una meta que les motiva. No permiten que el aprendizaje se convierta en una acción rutinaria, sin más objetivo que aprobar un examen para que no les riñan en casa. Les proponen también a las familias formas de colaboración que tengan sentido para ellas, sobre todo en los primeros cursos: guiar en casa a sus hijos en la lectura y la escritura de textos atractivos, elaborar la lista de la compra o revisar la suma de la factura del supermercado.

Es cierto que no siempre es así, que hay escuelas y aulas donde prima el aprendizaje mecánico, aburrido, y el exceso de tareas en los primeros años de escolaridad. Chiquillos que desde Educación Infantil se dedican a rellenar montañas de fichas sin moverse del pupitre, que en Primaria llenan sus mañanas y sus tardes de actividades repetidas y los fines de semana de más de lo mismo. Que continuamente son sometidos a exámenes para memorizar definiciones y datos que vienen en el libro pero que no son relevantes. Tenemos incluso padres de niños de siete años que se quejan de que están sobrecargados, por lo que entran en la locura de repartirse los deberes con sus hijos y colorean en secreto lo que a ellos no les da tiempo.

Nada de esto ocurre en Finlandia, ni en Alemania, ni en Francia, ni en la mayoría de los países europeos. Encomiendan poco trabajo para casa en los primeros años, pero bien seleccionado, y usan metodologías activas y significativas desde el primer curso hasta el último. Exigen menos memorización y mucha más comprensión, ensayos escritos y presentaciones orales, experimentación, ejercicios de lógica, argumentaciones. Como tantos profesores nuestros llevan tiempo poniendo en práctica.

Mientras tanto, cada vez que aparecen en prensa los resultados de los alumnos españoles en las evaluaciones PISA los titulares son escandalosos y con frecuencia injustos. Pero lo peor es que todo queda ahí, que lo importante es rasgarse las vestiduras para poder justificar una nueva reforma educativa, sin aprender de la experiencia ajena en lo que sí podamos mejorar.

Para optimizar la educación empecemos consiguiendo estabilidad para nuestro sistema educativo, como han logrado los países que ahora son referente, para que los docentes tengan objetivos claros. Y ayudemos a nuestros niños a ver el sentido de su aprendizaje y de su esfuerzo, no sólo para elevar su nivel formativo, sino también porque es lo que nos humaniza, lo que nos ayuda a vivir.

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