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Palabra en el tiempo

Alejandro V. García

Mientras cae la Bolsa

MIENTRAS los mercados de valores se hunden arrastrados por el temor a la recesión en Estados Unidos me apetece recordar, a modo de lenitivo y para sosegar la conciencia, las comentadísimas declaraciones de Pedro Solbes sobre la relación entre la economía y la generosidad de las propinas. La advertencia de Solbes provocó una auténtica tormenta de declaraciones y comentarios. Pero como todas las tormentas, la de la propina pasó. Yo, sin embargo, no la olvido mientras observo la polvareda que levantan los vaivenes de la gran economía. En la cafetería, mientras leo las noticias económicas, no puedo evitar cuantificar la generosidad del prójimo a la hora de pagar y cuando es mi turno, es decir, cada vez que me toca abonar la consumición, establezco una disputa sorda pero vehemente entre el viejo hábito del desprendimiento y el imperativo de la contención.

No es un asunto que se pueda resolver de una vez para siempre, qué va , sino que retorna con la misma ambivalencia con cada consumición. No vale lo que uno pensara o hiciera ayer; cada café, diríamos, constituye una dilema en el que compiten la voz de Solbes -instalada, como los augurios, en las manchas de los posos- con la costumbre de abandonar los céntimos, los que sean. Quizá porque la disyuntiva no es económica sino moral. No sé si es una falsa apreciación pero, desde la intervención de Solbes, he detectado que muchos camareros en vez de abandonar la vuelta sobre el platillo te la dan en la mano, junto con la cuenta, como un acto anticipado de rechazo. ¡Quién sabe, igual es porque han acordado no comprar más acciones de las constructoras!

El otro días, leyendo al gran crítico inglés Cyril Connolly, descubrí algunas reflexiones y noticias sobre la propina. En la primera, Connolly concibe un sistema de sostén popular para los escritores consistente en que los lectores "envíen al autor una pequeña cantidad simbólica de dinero, digamos entre media corona y cien libras [...] de la misma manera que los camareros reciben un sueldo de sus jefes y también lo que el cliente deja en el platillo". La segunda se refiere a la Barcelona de la guerra civil en manos de milicianos de la CNT: "Su primera decisión fue abolir las propinas al ser incompatibles con la dignidad de quien las recibe. Intentar dar una es lo único, aparte del saludo fascista, que puede provocar que un extranjero sea mal recibido". No oculto que ambas citas, más que aclarar la cuestión moral de la propina, la enredan y amplían. Pero nosotros a lo nuestro: el imperativo moral de Solbes. Y si se hunde la economía y revienta la Bolsa que no sea por nosotros.

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