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La aldaba

Carlos Navarro Antolín

cnavarro@diariodesevilla.es

Los cafés no son para el verano

El café del desayuno del hotel no quita el sueño, busque un bar próximo cargado de lugareños

Los cafés de los bares son los que quitan verdaderamente el sueño. La tecnología ha avanzado una barbaridad, pero en cuestión de máquinas de café caseras no se ha logrado igualar a las de la hostelería. Acaso las italianas de dos piezas dan un café medianamente aceptable, pero a la larga son como las cafeteras de melita. No quitan el sueño. Y no digamos las máquinas de última generación que funcionan a base de pastillas con más modalidades que los yogures. Hay una pastilla de café con sabor a vainilla que no sirve absolutamente para nada, ni para ayudar a ir al baño, que siempre está al fondo a la derecha. Las vacaciones sirven para muchas cosas, entre ellas para echar en falta el café de tu bar de cabecera, ese café que de verdad te pone en funcionamiento, te abre los ojos como un búho y te permite rendir toda la mañana. Entre los peores cafés de estos días de chanclas y pelambreras está el de la máquina del bufet de desayuno del hotel. Tiene ocho funciones: expreso, americano, cortado, con leche, capuchino, chocolate, leche sola y agua caliente para infusiones. El café de esta máquina evoca al de las antiguas estaciones de autobuses. Tiene ese poder de lavativa que te obliga a abandonar con celeridad ese salón de grandes dimensiones del que, en el fondo, estás deseando salir para dejar de contemplar estampas de enorme belleza plástica como el tipo obeso que se ha montado un rascacielos de salami y pavo relleno sobre un fondo de lonchas de otro gelatinoso fiambre, o la señora americana con la piel de tonalidad salmón que lleva servido revuelto de huevos (habitualmante soso) como para alimentar al Soria 9. Lo mejor que puede hacer en estos casos es desayunar con moderación y buscar el bar más próximo al hotel donde haya mayor número de lugareños, a ser posible con palillos en la comisura de los labios. Pida un café con leche de toda la vida, de esos que permiten disfrutar de la intensa melodía ascendente del tubo que calienta la leche. Sentirá la mirada escrutadora de esa población que suele dedicar parte de la jornada a mirar la obra de reparación de una calicata, pero eso forma parte de la experiencia estival, que diría su antropólogo de guardia. Y es probable que a la salida de tan entrañable establecimiento oiga algún susurro: "Otro tieso que ha cogido la habitación sin desayuno. Estos padres jóvenes de hoy lo quieren todo". Y el sanedrín asiente. Es el momento de sonreír para uno mismo y comenzar a disfrutar de una jornada con los ojos bien despiertos, mientras el tío de la montaña del salami ha ganado su competición cotidiana por reservarse la hamaca más próxima a la escalera de la piscina.

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