el periscopio

José Ignacio / Rufino

La caída de nuestros dioses

COMO una cuadrilla abandonada en el ruedo por su matador que no puede con el toro; como unos hijos que ven cómo su padre sale despavorido porque hay ladrones en casa; como los anestesiados ciudadanos que asisten a la muerte de quien fue su dictador; como los moradores de un pueblo en el que los miembros de la benemérita se dan de baja por depresión porque los acosan unos maleantes, así se siente uno cuando escucha al presidente de los EEUU decir que su país "puede estar en bancarrota el mes que viene". "¿Qué va a ser de mí, que soy habitante de un país periférico… ¿Quién va a cuidar de mí?".

Un amigo de exultante fe liberal me decía que poniendo de patitas en la calle a la mitad de los empleados públicos, aunque no haya dinero para pagarles sus subsidios, se conseguirían los benéficos efectos "de la libertad". Hoy leemos a un articulista de esta casa aportar un dato incontestable: "La historia demuestra que el liberalismo [esencialmente, el financiero] resuelve sus crisis con el totalitarismo".

Al descubrir, por boca del mismísimo Obama, la debilidad del tenido por gigante protector, uno siente, por un lado, el frommiano "miedo a la libertad", tan ligado al autoritarismo, y, por otro, el viscontiano miedo a la emergencia del totalitarismo tras la caída de los dioses. La libertad, gran palabra, cuya dimensión mengua cuando se presenta como un derecho formal que uno no ejerce más que de manera arrastrada, dependiente de la libertad -esa sí- de quienes mantienen información decisiva y parcelas de poder cada vez mayores: las crisis, no nos cansaremos de repetirlo, acentúan las brechas de desigualdad. Y la desigualdad extrema unida a la desprotección y desesperación de mucha gente son el caldo de cultivo para la contestación; sea contestación a la griega, sea indignación a la francoespañola, sea la que sea: el agua siempre busca su salida. Y admitamos que el agua está creciendo a nuestro alrededor.

Cada vez que veo en la estantería Un mundo de ayer, el testamento de Stefan Zweig, siento la tentación de releer algunos pasajes. Pero es tan descarnada la similitud entre la ceguera y tibieza política del periodo entreguerras en Europa y el que ahora vivimos peligrosamente, que uno prefiere a veces no seguir adelante. El cuadro sintomático -no nos hundamos, pero la toma de conciencia de los peligros es la única vía para afrontarlos con mínima preparación- se completa con un Obama que dice que, o le dejan endeudarse más, o deja de pagar sus facturas y otros compromisos (si esto lo dice Papandreu, le queda de lo más propio). Si el dueño del cortijo no puede pagar, no te digo qué va a pasarle a su conocedor, a su guardés y a sus braceros. ¿Pretenderá confiar su futuro EEUU al lema del billete de one dollar, el solemne y providencial "En Dios confiamos"?

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