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Se fue el caimán

Muchos intelectuales europeos y latinoamericanos se tragaron encantados la retórica revolucionaria cubana

Por alguna extraña razón, Fidel Castro y la revolución cubana han tenido muy buena fama entre nosotros, sobre todo entre los intelectuales y los artistas y los profesores universitarios. En sus imprescindibles Notas sobre el nacionalismo, George Orwell decía que sólo los intelectuales podían tragarse cierta clase de trolas basadas en prejuicios ideológicos, ya que ninguna persona corriente sería tan idiota como para creérselas. Y en el caso de la revolución cubana, la gente corriente nunca llegó a fiarse demasiado de una revolución en la que todos sus dirigentes iban vestidos con uniformes militares y no paraban de soltar arengas (el discurso más largo de Fidel llegó a durar ocho horas seguidas). En cambio, muchos intelectuales europeos y latinoamericanos se tragaron encantados la retórica revolucionaria. Para ellos, la revolución cubana significaba el primer paso en la liberación de todos los pueblos del mundo.

Daba igual que Fidel Castro metiera en la cárcel a los homosexuales, censurase libros y revistas, mandara al exilio a miles de opositores o condenara a su pueblo a morirse de hambre. Daba igual que miles y miles de balseros se echaran al mar huyendo de las cartillas de racionamiento. Daba igual que Castro, cegado por su megalomanía, mandara a miles de jóvenes cubanos a luchar en las guerras de Etiopía y Angola. Pasara lo que pasara, nuestros intelectuales siempre encontraban una excusa: la causa de todo aquello era el bloqueo americano, el imperialismo, la hostilidad internacional y bla bla bla, cualquier cosa con tal de no reconocer la verdad. En Burundi, a comienzos de los 80, los médicos cubanos que eran obligados a trabajar en África como cooperantes les pedían a los misioneros españoles la ropa que Cáritas enviaba a las misiones, ya que querían mandársela a sus familias en Cuba. Pero si yo contaba estas cosas en reuniones con intelectuales de nuestro país, muchos me miraban con una sonrisita perdonavidas: "Venga, Jordá, todo el mundo sabe que tienes mucha imaginación". Hacía falta ser un Faulkner para imaginarse una cosa así, pero estaba claro que esos tipos nunca iban a aceptar la verdad. Y la única verdad sobre Fidel Castro es que fue un desastre histórico. Un desastre que ha durado casi sesenta años. Y que algunos ilusos incluso parecen dispuestos a imitar ahora.

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