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La ciudad y los días

carlos / colón

Como los cangrejos

ENRIQUE González Macho es un señor apasionado por el cine -por el que ha luchado durante años afrontando muchos riesgos- al que todos los aficionados le debemos los Renoir de Madrid y la distribución de grandes títulos en versión original. Los amantes de Eric Rohmer le debemos además haber hecho posible como coproductor esa estupenda rareza que es El romance de Astrea y Celadón, cierre de su obra y del ciclo histórico-literario conformado por La marquesa de O, Perceval el galo y La inglesa y el duque.

En la entrevista con este buen hombre de cine que publicábamos ayer se deslizaban dos comentarios que ponían de relieve el eterno problema del cine español: la distancia entre el público y él. Y eso que en estos últimos años los taquillazos de Ocho apellidos vascos (record histórico de recaudación con 50.633.218 euros), Lo imposible, Los otros, La gran aventura de Mortadelo y Filemón o Torrente 2 abren buenas perspectivas comerciales (otra cosa son las artísticas).

En uno de estos comentarios González Macho confesaba que tuvo que cerrar sus salas de versión original "porque no había público". Y en otro proponía una solución radical a los males del cine español: "Hacen falta campañas como las de la Dirección General de Tráfico, que combinen información y represión, porque no nos gusta que nos eduquen". Error: no están los tiempos para despotismos ilustrados. La buena salud de la industria cinematográfica depende más de los dineros que el público le da directamente pagando en taquilla que de los que le da indirectamente a través de los impuestos redistribuidos como ayudas y subvenciones. Y la buena salud del arte cinematográfico depende del talento de los realizadores, la vocación de riesgo de los productores -caso de Buñuel con Alatriste y Silberman, Berlanga con Matas o Saura y Erice con Querejeta- y del nivel educativo del público.

El Estado puede ayudar, nunca suplir. Si el público no quiere ver una película, ni la Guardia Civil puede obligarlo a hacerlo. No es cuestión, apreciado González Macho, de represión. Solo la competitividad comercial, casi siempre a costa de la calidad, puede llenar las salas. Sólo la educación puede lograr que el público apoye propuestas innovadoras y reflexivas. Lo primero se está logrando. Lo segundo parece una batalla perdida. En Sevilla llegó a haber cinco salas de versión original hace 40 años. Como los cangrejos…

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