EXPECTANTE la peña y ciertamente ilusionada por el chorreo que el Sevilla ofreció ante el Espanyol, la cita en La Plana se esperaba relamiéndose de gusto por lo que estaba por venir. Ese Villarreal que se dio un tiro en el pie en vísperas de una cita trascendental con el Mónaco iba a ser víctima propiciatoria ante el desmelenado Sevilla de Jorge Sampaoli. Ni una sola duda despertaba el Sevilla intratable que se merendó al Espanyol, pero...

No podía ser que ese Sevilla cauteloso que jamás iba a tirar entre los tres palos del rival fuese la misma tropa que había laminado a los periquitos de Quique Sánchez Flores una semana antes. Aquella hermosa locura que fue como un llamamiento al proselitismo no sólo no aparecía por ningún lado, sino que no rompió en catástrofe gracias a Sergio Rico, ese portero tan cuestionado en casa y tan puesto en valor por el señor marqués de Del Bosque de forma sorprendente.

Ha tenido que reforzar el Sevilla su portería para que el espigado guardameta sevillano diga aquí estoy yo. Con manos muy recias y una agilidad prodigiosa evitó que ese castillo que el Sevilla de Sampaoli levantó en el imaginario del sevillista cayese como si fuese de naipes. Con el ataque desaforado como filosofía de juego, ni un solo tiro que apurase a Asenjo desmontó de un plumazo tan sugerente hipótesis y la cosa es que tuvo el balón más tiempo que el enemigo.

¿Cuál será la imagen real de este Sevilla nuevo? ¿Será la de la noche con el Espanyol o la de antier noche en Villarreal? Chi lo sa, pero quiero pensar que este Sevilla con nuevo evangelio debe estar más cerca del primero. Lo cierto es que lleva quince meses sin ganar como visitante liguero y eso es por algo. Claro que empatar en Villarreal tampoco es para rasgarse las vestiduras, por mucho que este Villarreal con tantas bajas haya optado por autolesionarse en el momento clave.