La esquina

josé / aguilar

La caridad envenenada

PARTIDOS y partiditos de ultraderecha se están empezando a coordinar y organizar en diversas ciudades españolas de cara a las elecciones municipales. Han visto con envidia el fenómeno de Podemos y trabajan por repetirlo en el otro lado del espectro político. Aunque coinciden en sus posiciones antisistema, Podemos trata de morder en el electorado de la izquierda tradicional y ellos buscan al elector desencantado de la derecha.

A falta de una cohesión ideológica que es imposible por su origen variopinto y sus planteamientos políticos confusos, estos grupos creen haber encontrado dos banderines de enganche para la gente hastiada de la política: el patriotismo primario que rebrota en las situaciones de crisis y deslegitimación de la democracia y la xenofobia populista que ha cuajado en otras naciones occidentales y que nunca arraigó con fuerza en España. Hasta ahora.

Conscientes de que la mera propaganda apenas prende en el tejido social y la captación de militancia es casi una quimera, los activistas de la extrema derecha han encontrado en la asistencia social un instrumento aparentemente blando pero eficaz para su consolidación e influencia. Andan montando comedores sociales y centros de reparto de alimentos entre personas necesitadas a las que ponen una sola condición: que sean españoles. Este requisito hace que el propio acto de caridad o de solidaridad que implica la entrega de comida a quien la necesita vaya impregnado del mensaje xenófobo que pretenden difundir, a saber, que los políticos y los gobernantes priman a los extranjeros y discriminan a los nacionales. Hay españoles pobres porque los inmigrantes compiten con ellos por el empleo escaso, la atención sanitaria colapsada y los servicios sociales insuficientes. Es su discurso.

Esto no es nada nuevo. El éxito de la ultraderecha en algunos países europeos comenzó a sembrarse cuando sus activistas se volcaron en ayudar a los desheredados de las periferias urbanas abandonadas por una clase política ensimismada y altiva. Por no hablar de los avances de los barbudos islamistas (en Gaza o en Iraq, en Líbano o Siria), cimentados en el socorro a los huérfanos y las viudas, la red de escuelas y hospitales organizada para suplir la ausencia de los Estados y una caridad tal vez sincera, pero tóxica y manipuladora.

Los alimentos que están empezando a distribuir vienen envenenados por el odio al diferente, aunque quienes los reciben no tienen por qué saberlo. El hambre aprieta.

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