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La casa de Jaime López de Asiain está en un adarve, probablemente un antiguo callejón de servicio del Palacio Arzobispal. En sus paredes cuelga abigarrada una de las colecciones domésticas más importantes de arte contemporáneo de la segunda mitad del siglo XX sevillano (Cuadrado, Cortijo, Gordillo, Santiago del Campo...), pero la originalidad y modernidad del inmueble no se debe a estos cuadros y esculturas, sino a un detalle que pasa inadvertido para el visitante: no tiene aire acondicionado. No le hace falta: López de Asiain fue uno de los primeros apóstoles de la arquitectura bioclimática en Sevilla, el hombre que convenció a Manuel Olivencia de la necesidad de usar la vegetación, la orientación sur, el agua, las mareas del Guadalquivir y el viento para evitar que la Isla de la Cartuja fuese durante la Expo 92 una Dubái avant la lettre; es decir, un conglomerado de arquitecturas de firma recalentándose en un secarral sin árboles ni piedad. Las generaciones posteriores no han pensado igual y han levantado en la Cartuja ese "acto de soberbia" que, según el propio López de Asiain, es Torre Sevilla. A este arquitecto -autor también del edificio de la antigua Escuela de Ingenieros de Reina Mercedes- le parecen más modernas las caracolas de Urbanismo (que fueron algo así como una maqueta en la que se experimentó el microclima de la Expo) que la suma de Primark, un rascacielos de medio pelo e Isla Mágica. Martillo de arquitectos vendemotos como Jürgen Mayer o César Pelli, López de Asiain nos dio un titular apocalíptico cuando lo entrevistamos hace ya tiempo: "Dentro de 20 ó 30 años, las setas van a estar hechas una porquería". Se equivocó, no ha sido necesario esperar tanto. El pretenciosamente llamado Metropol Parasol es ya un lugar degradado por el ruido y la restauración masiva. Un pequeño guirigay urbano que habría que regenerar.

Pero volvamos a la bioclimatización. Ahora, según anuncian, se van a dedicar cinco millones de fondos europeos para recuperar el microclima que tuvo la Cartuja durante la Expo, aunque convenientemente modernizado. El espíritu de López de Asiain regresa. Gaudeamus igitur, pero el nuevo proyecto, muy limitado en el espacio, no tapa una de las grandes carencias de Sevilla: la falta de iniciativas generalizadas para preparar a la ciudad ante un cambio climático que ya hasta Trump reconoce. Una reflexión: según un estudio publicado en Nature Plants, el aumento de las temperaturas y la pertinaz sequía harán que la cerveza sea cada vez más escasa y cara, como el Château Margaux. En un futuro, bares como el Tremendo, el Coronado o el Jota serán prohibitivos y exclusivos clubes de lujo. Un paso atrás más en el Estado de bienestar.

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