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DERBI Sánchez Martínez, árbitro del Betis-Sevilla

En la acera de esta calle cabe todo el mundo", le aclara una señora a otra que, al paso contoneado de un vecino (camisola vaporosa, pantalón anchito, mechón teñido), se pasa el dedo por la mejilla, como diciendo "ahí va uno de la vena y la cáscara amarga".

Verdad: anchas son estas angostas calles. Manque les reviente a aquellos que se empeñan en decirle a los demás por dónde se tienen que vestir, las aceras de mi barrio y de tantos otros de Sevilla están pobladas de maneras muy distintas de andar por la vida. He aquí algunas de mis vecinas, muy queridas y respetadas por cierto, en la comunidad: señoras de porte majestuoso que fueron o siguen siendo de sexo masculino; señores que se adornan, ¡ay, Federico!, con un jazmín sinvergüenza; muchachos que caminan tomados de la mano con la sonrisa más ancha que el puente. Pasan más desapercibidas las parejas de mujeres que a la vista resultan viejas compañeras de piso. "Ya no hay hombres como Adela Castro, aquel de aquella película de Jaime de Armiñan Mi querida señorita", está una tentada a decir. Y claro que hay, lo que pasa es que no se ven tanto. Ser discreto en modos de vida y de amores debiera ser para cualquiera una opción tan libre como manifestarse a los cuatro vientos, no una imposición social.

Diversidad sexual y de género. Dicho así, suena un pelín académico -además, hay quienes al escuchar diversidad, género o sexual se les corta la mayonesa-, pero la realidad nos cuenta que en Sevilla convivimos, con más o menos gracia, gentes de identidades y orientaciones variadas y polimorfas. Cierto es que, en no pocas ocasiones, las personas trans han sido fuego apartado y espada puesta lejos. Gente apreciada por el común, pero muchas veces rozando el margen. Muchos de ustedes recordarán a la Chéster, o a Ocaña -tan apaleado por algunos, y tan bello cantandillo entre un corro de mujeres de Cantillana-. Cuenta con mucho acierto El celuloide oculto (un excelente documental sobre cómo el cine ha tratado a las personas que no se sienten ni se ayuntan como está mandado), que la mariquita se "acepta" en tanto que persona intermedia y asexuada, por tanto gracioso e inofensivo a la moral, conminado a vivir la vida que le dejen -que algunas ocasiones suele ser, oficialmente, la de quedarse para vestir santos-. Como el infierno de Sartre, la parte amarga de la cáscara son los otros, quienes condenan socialmente y tachan de "cuadro daleao" a quienes en realidad se saben la mar de derechos en su identidad y orientación. También quienes se empeñan en el simplismo de decir que las niñas tienen vagina y los niños tienen pene, y quienes, al escuchar hablar de estos temas, saltan sin cálculo al grito de "¡lobby LGTBI!" Gloria dulce y bendita, por contra, es contemplar la convivencia en la acera grande de cualquiera de nuestras calles.

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