DERBI Betis y Sevilla ya velan armas para el derbi

Amenudo hay presencias inexplicables en nuestro entorno cercano, personas que se incluyen en nuestro círculo íntimo de amigos a pesar de ser muy diferentes a nosotros o sencillamente insoportables. "Sí, es un psicópata, pero es amiguete, ¿qué le vamos a hacer?", decían los yonquis de Trainspotting sobre el violento personaje de Robert Carlyle. Siete años después, algo parecido nos ocurre con el Doctor House. No hay forma de echar de casa a ese egocéntrico egoísta, adicto a la vicodina y a fastidiar la vida a sus colaboradores y a sus dos únicos amigos, que sin embargo tiene el don supremo de la diagnosis. Esta penúltima temporada que acaba de terminar en EEUU (hace unas semanas el protagonista y productor Hugh Laurie anunció que el año que viene será el último) ha sido una absoluta montaña rusa, aunque ha acabado con mal rollo.

Veníamos de haber tenido a House en un psiquiátrico, de verlo a punto de caer a lo más bajo del abismo para ser rescatado in extremis por Cuddy (Lisa Edelstein no seguirá en la octava temporada), y empezamos el año con un insólito azúcar. El médico más huraño de la historia de la tele (y eso que ha habido decenas de ellos) esforzándose en mantener una relación de pareja estable con su jefa, que además es su conciencia, su amor platónico y objeto conocido de su deseo sexual. Fueron los mejores episodios de los últimos años, grandes guiones y gags que recuperaron la frescura original. Especialmente memorable la interacción de House con la hija de Cuddy, mucho más lograda que la suegra algo decepcionante que compone Candice Bergen-, hasta el punto de atreverse con un musical. Pero luego llegó la ruptura amorosa y la nueva caída a los infiernos de House. Ya hemos estado ahí varias veces y desde luego no apetece demasiado volver.

Hace tiempo que esta serie dejó de tratar sobre extraños problemas médicos, una suerte de Sherlock Holmes y pequeños y maltratados Watson (sí, sí, que vuelve Olivia Wilde) a la caza de patologías misteriosas. El público se sabe desde hace años los primeros diagnósticos (lupus, cáncer, algún trastorno autoinmune) y también que no hay nada que una buena punción lumbar no descubra ni una trepanación no pueda arreglar. Aunque el paciente, en el fondo, siempre ha sido el mismo. El propio House. Llevamos años preguntándonos si hay redención y cura posibles para un tipo así. Pues va a ser que no.

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