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La ciudad y los días

Carlos Colón

El caso de la suicida y el peatón

UNA señora de una ciudad catalana decidió, esta semana, que la vida no valía la pena; o no tuvo fuerzas para soportar sus cargas. Y se tiró por el balcón. Una tragedia. Que se convirtió en tres tragedias porque, en su obnubilación o desesperación, la desdichada no tuvo la precaución de mirar si pasaba alguien por la calle. Y se llevó por delante un peatón. Al pobre hombre, un ucraniano que seguro que quería seguir viviendo pese a que su vida puede que no fuera fácil, lo aplastó la suicida mientras paseaba con su mujer. Ésta es la tercera tragedia: ver súbitamente cómo algo, en este caso alguien, te arrebata en un instante a tu marido mientras paseas tranquilamente con él. La suicida falleció en el acto, el peatón murió en el hospital al que fue trasladado y su mujer sufrió, además de la pérdida de su marido, el daño psicológico que pueden imaginarse.

Moraleja de esta historia real: hasta para matarse hay que ser considerado. A veces quien decide quitarse la vida arrambla con quien desea vivir. Como no lo es que quien está amargado se regodee en amargar la vida cuantos le rodean; que quien es infeliz se aplique en procurar la infelicidad a los prójimos familiares o profesionales; o que quien sufre encuentre intolerable que los demás no lo hagan y se empeñe en procurarlo. La peor envidia que existe no es la que se refiere al éxito, el poder, el sexo o el dinero, sino la que se siente ante la felicidad de los otros. Con las malas artes propias del envidioso se pueden alcanzar el éxito, el poder y el dinero. Y con éstos se puede comprar el sexo. Pero la felicidad es un estar contento o satisfecho por la posesión de un bien que, si es de los que procura el sereno bienestar que es la marca de la más verdadera y perdurable felicidad, no puede adquirirse con malas artes ni comprarse.

Odiar la felicidad de los otros o dejar que se despliegue nuestra tristeza, nuestro dolor y nuestra angustia como una sombra que oscurece la felicidad de los otros o hasta los aniquila es la peor forma de envidia, ese mal que la Academia define como tristeza del bien ajeno, del que según San Gregorio Magno "nacen el odio, la maledicencia, la calumnia, la alegría causada por el mal del prójimo y la tristeza causada por su prosperidad" y que según Quevedo "va tan flaca y amarilla porque muerde y no come". El caso de la desgraciada que se mató matando es, afortunadamente, raro. Pero los de los tristes que gozan entristeciendo, los desesperados que disfrutan desesperando y los amargados que propagan con saña su amargura son, por desgracia, frecuentes.

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