La ciudad y los días

Carlos Colón

¿Hacia un catolicismo sectario?

ESTOY de acuerdo con mi muy apreciado compañero de página Ignacio Martínez: al principio de una "laicidad positiva" que no considera las religiones un peligro para los estados democráticos, acuñado por Sarkozy en su discurso ante el Papa, habría que añadir el de una "religiosidad positiva" que no considerara a los estados democráticos un peligro para las religiones. Sólo añadiría que la buena salud de las religiones y los estadoss exige una permanente tensión crítica para que las primeras no se deslicen al integrismo y los segundos no excedan sus competencias o, en el extremo opuesto, se inhiban dejando a los ciudadanos indefensos ante los poderes fácticos. Estoy igualmente de acuerdo con él en que los sucesores del Tarancón que "clamó por una España de todos" han dado marcha atrás, prefiriendo "la agitación política y la confrontación". Sólo añadiría que afortunadamente no todos son involucionistas, aunque desgraciadamente lo sea la mayoría.

También estoy de acuerdo con mi muy apreciado compañero de página José Aguilar: los obispos que convocaron a los manifestantes "no tienen ningún derecho a obligar al Estado democrático a asumir como propio ese modelo y a imponerlo a todos los españoles", porque "la autonomía del poder civil con respecto a las instancias religiosas es una conquista irrenunciable". Pero no lo estoy en que "no debería ser motivo de escándalo que miles de ciudadanos católicos hayan secundado la llamada de sus obispos para defender a la familia cristiana en las calles".

No lo estoy porque no creo que la familia cristiana deba ser defendida en las calles ni utilizada como ariete político. No lo estoy porque no creo que las leyes aprobadas en esta legislatura supongan un peligro para ella. No lo estoy porque soy católico (como decía Pepe Aguilar en su artículo, aunque me reconozco más como judeo-cristiano o cristiano, palabra que al poner a Cristo por delante de la Iglesia hermana a católicos, protestantes y ortodoxos), y como tal me siento escandalizado por la deriva de gran parte de la jerarquía española y por el poder que en la Iglesia se está dando a sectas o asociaciones integristas que tienen más que ver con los modos vulgares y el carácter ultraconservador de los predicadores americanos que con el realismo compasivo de los misioneros y de tantos curas diocesanos o con el legado de sabiduría de los padres de la Iglesia y de las grandes órdenes (franciscanos, jesuitas, carmelitas, dominicos, hospitalarios, salesianos…) que, desde el pontificado de Juan Pablo II, parecen haber sido relegadas en beneficio de estos grupos sectarios.

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