Antonio Montero Alcaide

Escritor

Sin cera en el pavimento

Interrumpida la secular monotonía de la Semana Santa, nos aprieta esa otra del preservar

El anuncio de las celebraciones, el pórtico de la expectativa, tiene formas distintas de presentarse, hasta que la calamidad, que gusta anunciarse poco y asustar mucho, tuerce el curso de las cosas y el sentido de la esperanza. Cercana la Semana Santa -si es que no se piensa que empezó a acabar el Miércoles de Ceniza, como pasaría por la cabeza y el ánimo de cofrades intensos, antes del bicho del coronavirus-, anticipos hay -había- de sobra. Tanto de cultos varios como de esa particular, y variopinta, vida de hermandad, ya afectados además este año los besamanos en el anticipo de la maldición de la pandemia. Con una profilaxis, por otra parte, que, arrinconado el pañuelo con que se intermediaban los besos, llevó a expresivas manifestaciones de respeto y devoción, con la mirada arrobada y el bisbiseo del rezar, antes que el confinamiento trajera cultos digitales, rememoraciones emotivas e incluso una creatividad, si se quiere, hasta sacrojocosa. Había, asimismo, un adelanto menos directo pero igualmente a propósito: la señal de tráfico que avisa de la cera en el pavimento, incluso en las zonas de entrada a Sevilla donde no llegarían los cirios de los tramos de nazarenos.

Luego la celebración de la Semana Santa concierne a muchos y no deja indiferente a la mayoría, aunque este año hará historia -la está haciendo cada día- de una celebración fallida. En su secular transcurso, sabido es que constituye objeto de interés, escrutinio y análisis -también de cuestionamiento y hasta repudio-, desde perspectivas o visiones distintas: religiosas la más asociadas, pero asimismo antropológicas, literarias o artísticas. De ahí que la Universidad de Sevilla publicó, en 1987, un libro titulado Las cofradías de Sevilla vistas por un novelista, los escritores y un psiquiatra, al que José María Requena contribuyó con el texto, firmado en marzo de 1985, Versión un tanto literaria de la Semana Santa de Sevilla. Sostenía Requena que "tampoco se da en nuestra ciudad ninguna otra reiteración de tamaña insistencia, durante siglos, sin apenas cambios sustanciales y con una monotonía tan expresa y cuidadosamente mantenida". Su alusión a la monotonía alcanza particular sentido porque ante un cansino acoso de la monótona persistencia, de las prolongadas repeticiones, la ciudad se las vale primorosamente "gracias al sevillanísimo método de hacer más atractiva la solemnidad de los ritos, mediante los toques bien medidos y precisos de la estética". Esta genuina monotonía, que atraviesa los siglos afirmada en liturgias y protocolos sólo quietamente tocados, tampoco está reñida, sino que asimismo se afirma, con la sevillana vocación por la coreografía, por la "puesta en escena", sin parangón en ningún otro lugar del mundo, piensa Requena. Con que, entre otras cosas, "oficiar esta tragedia entreverada de primavera que es la Semana Santa sevillana". Literaria manera de referir, como tragedia, la que hoy nos hiere con su descarnada realidad, sin cera en el pavimento y con una dolorosa monotonía que altera el aguijón del bicho.

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