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La aldaba

Carlos Navarro Antolín

cnavarro@diariodesevilla.es

Los cerdos son felices con Garzón

No recordamos ya qué triste y carente de prosperidad era nuestra vida sin un Ministerio de Consumo que vela por nosotros

Tenemos un gran ministro de Consumo. La persona perfecta para un Ministerio clave. Un político que sin duda dejará una sociedad mejor, más cohesionada, más fuerte y por supuesto más justa cuando finalice su etapa en el gobierno. Alberto Garzón, ese hombre. Tras su primer año en el cargo ha generado confianza en el sector del turismo y ha fortalecido el sector del aceite de oliva y el jamón. Los cochinos están contentísimos con el ministro de Consumo. Los guarros están felices y gozan con una montanera especial. Qué sería de España sin los cerdos, hay que protegerlos. ¿Cómo? Reduciendo el consumo de jamón. Y ahí va Garzón, el imparable ministro de Consumo, el malagueño que dijo que el turismo era algo ocasional y de escasa importancia, el que ha jugado con la fama del aceite de oliva. No sabemos contra qué arremeterá próximamente con el ariete de su negligencia: ¿el pan, las torrijas, el vinagre? Yo es que no sabía qué era de mi vida antes de que hubiera un Ministerio de Consumo. Probablemente España era una nación más triste, menos próspera y con ciudadanos sin futuro. Garzón es de esos políticos que aprendieron a hablar bien con mucha rapidez, expertos en la argumentación, en las trincheras de las tertulias con camiseta, pero que todavía no se han hecho mayores, no han dejado de pintar en las puertas traseras de los retretes, no han recogido la pancarta contra la OTAN y siguen elucubrando con el capitalismo represor y otras gaitas. En la España de la pandemia, con sólo un 3,4% de la población vacunada, con la Semana Santa y las fiestas populares perdidas, los comedores sociales con colas en las que la tercera parte son trabajadores de la hostelería, tenemos un ministro que se mete en un jardín y debilita la imagen del aceite de oliva y el jamón. Quizás es que el ministro se encuentre sencillamente ocioso, le sobren horas en el día, carezca de competencias para llenar la agenda, ya no le quepan más camisetas reivindicativas en el armario y esté aburrido de arreglarse la barba. Quién sabe. El peor Gobierno de la historia de la democracia tiene la enorme ventaja de tener en frente una derecha fracturada, débil y de momento irreconciliable. Y cuenta con una población fatigada e indolente que sólo aspira a volver a su vieja rutina y que parece que da por amortizado que el Gobierno es negligente, hace lo que puede y que tampoco le vamos a pedir más ni conviene abrir más frentes. Aquí, de momento, sólo ganan los cerdos, que ven un poco más lejos su San Martín. Qué suerte la de los puercos.

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