Juan Antonio Solís

jasolis@diariodesevilla.es

La certeza de la épica

Al Tour de Francia de hoy le sobra envoltura y le faltan héroes con el arrojo que forjó su enorme leyenda

EN las vísperas de que el Tour empezara a dar pedales en Dinamarca, alguien colgó en Twitter una página de Marca con los dorsales y nombres de todo el pelotón que participó en La Grande Boucle de 1992, en pleno reinado de Miguel Indurain. Me paré a revisar el listado y la memoria no paró de darme pequeños chispazos. Detrás de las grandes estrellas, que abundaban en mayor medida que hoy (Bugno, Chiapucci, LeMond, Fignon, Hampsten, Breukink, Mottet, Cubino, Fabio Parra o un emergente Zülle), saltaban del pelotón en mi mente Escartín, Jaskula, Raúl Alcalá o Theunisse cuando la carretera se empinaba, o Abdoujaparov y Cipollini cuando tocaba llegada al esprint. O Moreno Argentin, Rolf Sorensen o Laurent Dufaux cuando tocaba épica escapada.

La épica ha sido la gran proteína que ha nutrido la leyenda de esta competición deportiva, acaso la de mayor calado internacional de cuantas se celebran año tras año.

El ciclismo lo tiene todo: el hombre lucha ante sí, sobre todo, también lucha ante los demás y lucha ante la Madre Naturaleza a campo abierto, nunca mejor dicho: frío glacial, calor abrasador, viento implacable, los terroríficos tramos de pavés que muelen los huesos. Hasta la pasión del público se vuelve en contra a menudo, tanto en las escaladas como en las llegadas a tumba abierta por travesías urbanas. Otras competiciones, como el triatlón, también tienen estos condicionantes, pero ninguna tiene el halo legendario que ha forjado el Tour durante más de un siglo de historia.

Por todo ello, me da una pena enorme lo que hoy inspira la prueba. La mercadotecnia afina cada vez más, las imágenes de helicópteros o drones, estos días por Dinamarca, cautivan. Pero faltan ciclistas reconocibles y a todos ensombrece Pogacar. Sólo nueve españoles batallan. Apenas nadie se lanza a la aventura. Antes también había etapas soporíferas. Pero nos despertaba la certeza de la épica.

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