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JUAN CARTAYA

Historiador

Que no cesen

Los reyes castellanos siempre tuvieron un ojo en la península y otro en el Magreb

De la conquista de África". Esta breve frase, que hoy entresaco del testamento de Isabel la Católica de 1504, nos lleva a un tema -el de nuestra relación con nuestro vecino continente- que está dando mucho de que hablar. Evidentemente, no pretendo en estas líneas proclamar una cruzada que ni aceptarían los más hiperventilados; pero creo que puede resultar de interés realizar una somera revisión de lo que ha sido una historia común, muchas veces más estrecha de lo que pudiéramos pensar.

Subamos arriba en el ascensor del tiempo: en el pasado, del norte de África llegaron hasta Iberia los cartagineses de Asdrúbal y de Aníbal, provenientes de lo que hoy es Túnez y entonces era la potente talasocracia de Cartago. Nos vino también un cristianismo perseguido y militante en unos tiempos en los que la Mauritania Tingitana fue asociada por Diocleciano a la diócesis de Hispania (ya Otón, Adriano y Caracalla habían reconocido esa estrecha relación geográfica y administrativa).

Es bien sabido cómo los vándalos, que hicieron de la Bética su sede, culminaron sus andanzas en Cartago; y cómo en el 711 la por fin unida, pero débil, Spania visigoda fue asolada por un islam que forjó un Al-Ándalus -hoy tan indebidamente mitificado- que eliminó el reino de Toledo y lo suplió por un imperio musulmán de fronteras móviles, tanto que los imperios almorávide y almohade se forjaron entre ambas columnas de Hércules. Los reyes castellanos siempre tuvieron un ojo en la península y otro en el Magreb: los inquietos benimerines obligaban a ello. El adalid Guzmán el Bueno hizo su fortuna sirviendo al sultán meriní de Fez; Ceuta fue conquistada por el reino portugués en 1415, pasando a España tras 1581; Melilla fue tomada por Estopiñán en 1497, vendiendo el duque de Medina Sidonia a Felipe II la plaza en 1556.

Y podemos seguir: en 1509, siguiendo las últimas voluntades de la reina, Cisneros toma Orán y Mazalquivir, estableciéndose en ambas plazas fortalezas que asegurarían la defensa del litoral y de las costas. Costas que vieron pasar a Carlos V y sus jornadas de Túnez y de Argel, la toma de la Mámora, glosada por Góngora, en 1614, y otras mil escaramuzas y campañas a lo largo del tiempo, además de tantos hechos -unos heroicos y otros trágicos- como los que tuvieron por protagonistas a los generales Prim y O'Donnell, Silvestre o Primo de Rivera, a las cabilas de Abdelkrim o a la Legión de Millán Astray y del comandante Franco: las batallas de los Castillejos, del Barranco del Lobo, de Annual, la hazaña del Regimiento de Caballería de Alcántara o el desembarco de Alhucemas. Mucha Historia hay ahí, y mucha sangre también. Y mucha vida y muerte en común. Somos vecinos, no siempre amistosos, pero con una relación que es inevitable y no sólo debido a la geoestrategia. Así pues, por favor, presidente: lea algún libro serio sobre esto, a ver si se entera de algo. No meta la pata más de lo debido; y deje las improvisaciones para las orquestas, que así nos va.

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