por montera

Mariló Montero

El 'chillío'

EL arte elevado es bipolar: ridículo e intenso. Ridículo porque ni siendo inmensamente rica me compraría un cuadro de Eduard Munch o Picasso. Hay que tener muchos millones de euros para invertir 91 de ellos en una obra de arte y hoy tengo lo justo para darle la paga a mis hijos. Me resulta inevitable pensar que teniendo El Grito en mi casa ésta correría un grave peligro, vaya a ser que en plena fiesta de amigos uno de sus gin-tónics terminasen estrellados en la boca del muchacho. Imagino que la tensión que se tiene que sentir al saber que tienes en tu hogar una obra de tal valor no compensa con los ratos de observación placentera.

Yo pondría al subastado del expresionista en la pared de mi salón. Lo colgaría solo porque rodearlo de serigrafías regaladas o las plumillas de mi madre no parecería adecuado. Pondría una butaca expresamente ante él. Me sentaría cara a cara del andrógino, mientras me fumo un pitillo y me tomo una copa de vino, para dejarme engullir por la desesperación que el pintor retrató en el cuadro. Tampoco el remordimiento de conciencia permitiría mi paz interior sabiendo debería estar en un museo. Ese era el destino de El Grito de Munch según la voluntad del noruego Petter Olsen su penúltimo dueño, vecino y amigo del artista, que tuvo el cuadro en su casa los últimos setenta años y que por motivos que no ha desvelado decidió sacar a subasta.

Pero su voluntad no ha sido satisfecha. Su nuevo dueño podría ser una familia de Qatar, algún gerifalte de Microsoft u otros nombres rusos de economía fantástica. Los ricos vuelven a invertir en un activo seguro, estable y duradero en vez de adquirir yates, palacios o cochazos. La parte intensa del arte es que gracias a que se ha batido el récord por ser la obra más cara vendida en subasta El Grito ha vuelto a tronar en el ánimo de todo el mundo. Munch quiso, en este cuadro, describir su alma con la precisión que Da Vinci describía la anatomía humana. Y contó que cuando paseaba con unos amigos por un sendero él se separó del grupo porque sintió un inmenso desgarro de ansiedad, terror y dolor mientras el cielo de los fiordos sangraba y se teñía de rojo. Supongo que gritaría por su bipolaridad y la mente atormentada que le martirizó desde su infancia por la tuberculosis que mató a su madre y su hermana y producto de la educación de un padre dominado por las obsesiones.

Nos podemos asombrar porque alguien tenga hoy casi cien millones de euros para pagar ese cuadro. Sorprender que alguien quiera tenerlo para él solo. Pero lo que hay que agradecer es que El Grito se haya hecho oír ahora como aquel icono cultural que fue en el período pos Segunda Guerra Mundial, cuando en 1961 la revista Time utilizó ésta obra en su portada como reflejo de la ansiedad y complejos de culpa social de la época.

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