La ventana

Luis Carlos Peris

Sin chinos, ¿qué sería de nosotros?

ACABAN de abrir en mi calle un chino; mejor dicho, un chino más y que no falten los chinos porque está claro que son únicos para arreglar un desavío. Ese desavío que antaño se corregía con la ayuda del vecino samaritano que te proporcionaba la sal, el vinagre o el comino que faltaba en la despensa, ahora lo arreglan los chinos con sus horarios maratonianos y su absoluta ignorancia sobre qué día viene en rojo en el almanaque y cuál no. La fiebre oriental del centro empezó por Aponte, la calle donde estaba La Voz del Guadalquivir y que en breve iba a convertirse en una especie de Chinatown sin Jack Nicholson. Pero aquello sólo fue la punta de un iceberg que ha ido aflorando ante la estupefacción de un comercio que, competencia desleal aparte, se ha dejado comer el terreno hasta llegar a lo de hoy en que son los chinos los que nos sacan de los atolladeros que trae la cotidianidad.

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