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El Currinche

Íñigo / YBARRA / MENCOS

Las chumberas

DIJO el señor alcalde en su periplo estadounidense que Sevilla será la puerta de América en Europa. Más que será hubiera sido más propio indicar que lo fue, al menos hasta que los carpinteros de principios del siglo XVIII la desmontaron y la trasladaron a Cádiz. Pero mientras la puerta funcionó a través de ella entró todo lo inimaginable procedente del nuevo mundo; ya fuera oro o tomates, plata o maíz. Los sevillanos de entonces se asombrarían de lo que veían pasar ante sus ojos. Al poco de conquistarse México llegaron a los pies de la Torre del Oro las primeras pencas de chumberas con sus púas y todo. Posiblemente pocos, a no ser los botánicos y los comerciantes en tintes, les prestarían atención, pero desde entonces comenzaron a extenderse por las veredas y cercas de Andalucía. Ahora, ante la indiferencia de los mandamases de la agricultura autónoma y de los del medio ambiente, la están palmando una detrás de otra. Aquí, si no eres uno de los mimados linces de Doñana, se tienen escasas posibilidades de sobrevivir.

Así que ya tenemos entre nosotros el conocido picudo rojo comiéndose las palmeras centenarias, al mejillón tigre hinchándose de arroz marismeño, a los loros invadiendo las plazas con sus desagradables garlidos, a las tórtolas turcas arrinconando a jilgueros y gorriones autóctonos, y para terminar el cuadro a la cochinilla silvestre acabando con las chumberas. La cochinilla fue muy apreciada en su día para la obtención de tintes, y hubo un tiempo en que se cultivaron las chumberas para obtenerlas de ellas, pero esa singularidad pasó a la historia. La que está acabando con las bonitas y estoicas plantas de que tratamos cubre a las pencas con un sudario de filamentos blancos y convierte a las víctimas en decrépitos fantasmas; asusta verlas así.

Siento mucho que el fin de las chumberas en los campos traiga consigo el de los vendedores de higos chumbos. Esos hombres curtidos por el sol que se instalan en los lugares más concurridos de Sevilla ofertando su humilde mercancía parece que tienen los días contados. De seguir descontrolada la plaga aniquiladora, el higo chumbo dejará de ser un fruto popular y quedará reservado para las clases pudientes, más o menos lo que ocurrió en su día con las angulas, las galeras o los percebes. Y mientras los linces riéndose tranquilamente en la cara de sus innumerables cuidadores.

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